Las elecciones de la ‘doménica’ jornada electoral, en las comunidades autónomas vasca y gallega podrían provocar, a partir de los resultados, algún significativo e incluso esperanzador cambio político en la extravagante e insensata situación que venimos arrastrando a nivel nacional. De hecho ya ha sido convocado el Comité Federal del PSOE para el primero de octubre, superando la transfusión, en vena, de la memoria histórica calendaria de la efemérides.
Algo se dirá, de nuevo, en la futura reunión o, al menos, eso esperan los españolitos que venimos al mundo con el castigo de que una de las dos españas ha de helarnos el corazón. Sin conocer los resultados de los escrutinios de esta noche algo debe moverse, cambiar, modificarse porque la inmovilidad pétrea de ‘Petrus’ habrá contentado a los más cercanos –siempre hay palmeros que marcan el ritmo– pero lo lamentable es que no ha convencido a la mayoría votante o simpatizante socialista. En ese sentido, a estas alturas quizá no sea necesario recordar las alertas lanzadas, ‘vox populi’, por destacadas personalidades que fueron y continúan siendo principales pilares del socialismo en España.
De nada han servido, por el momento, las llamadas de atención a las que se unen algunos presidentes de comunidades autónomas. De ellas, la más sonora, el banderín de enganche lo ha enarbolado Fernández Vara, el bellotero inasequible al desaliento que, con diferencia, ha cantado las cuarenta e incluso las cincuenta intentando modificar el hermético ‘no’, de su secretario general que, sin contra propuesta alguna viable, sigue su camino ignorando con displicencia las autorizadas opiniones de muchos de sus compañeros.
Me cuenta gente próxima a Pedro Sánchez que no es hombre extremadamente izquierdoso, aunque tampoco lo sitúan a la diestra de Don Pelayo, pero que su ambición de poder lo arrastra a la orilla del radicalismo socialista convencido de que, de esta forma, se asegurará el sillón. De hecho, la dirección actual socialista se reafirma en que en la reunión de octubre «defenderemos primero el no a Rajoy y después vamos a intentar formar un gobierno alternativo a Mariano Rajoy».
Respetando democráticamente el contraste de opiniones que venimos escuchando y leyendo desde hace tiempo, es evidente que son más los que claman por formar de una puñetera vez un Gobierno en España, que los que, sin sólidos y convincentes argumentos constitucionales y coherentes, están instalados en el ninguneo cavernario. Ninguneo que, salvo la generación de un movimiento sísmico, nos llevaría irremediablemente a una nueva, ineficaz, absurda y estúpida puesta en escena de otras elecciones que, por hartazgo del ciudadano, producirían políticamente un caótico efecto para todos los partidos y para España, que es lo más grave.
Según Octavio Paz, «el ninguneo es una operación que consiste en hacer de ‘Alguien’ un ‘Ninguno’» y quien lo practica, señala el pensador y poeta mejicano, es «temeroso a la crítica y a la disidencia intelectual». Mientras salimos de los efectos de la burundanga política que se ha instalado en el territorio
patrio por culpa de algunos irresponsables, confiaremos en el tiempo, como decía Don Quijote, que «suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades».