Los que fuimos, en nuestra juventud y a mucha honra, Congregantes Marianos de San Estanislao de Kostka, conocimos e hicimos nuestra la célebre frase del fundador de los jesuitas, Ignacio de Loyola. Una reflexión inteligentemente prudente dirigida, fundamentalmente, a quienes, novicios, en situaciones convulsas pretenden hacer cambios. Si a Ignacio, el santo, le hubiesen profetizado que uno de sus leales –Francisco– ocuparía, con el tiempo, la silla de Pedro, no habría dado ningún crédito al augurio.
Recurro a una de las más repetidas, por certeras, recomendaciones porque hay quienes demandan, de manera persistente, una reforma de la Constitución Española. Desde las comunidades, históricamente secesionistas, – que demuestran su impertinente y obstinada impaciencia– hasta quienes desde un resurgimiento, teóricamente reformista, pretenden romper las cadenas para intentar un cambio sistemático entre los fragmentados partidos que configuran el actual Parlamento. Nadie ortodoxamente democrático debe estar en contra de reformar, lo reformable, de la Carta Magna si ello es beneficiosamente oportuno para la ciudadanía. Lo que no parece lógico es que la Constitución se modifique adecuándose a los intereses particulares de cada formación política. Hace falta un coherente consenso, nada fácil en estos tiempos de tribulaciones, para transformar un solo artículo o párrafo de la Ley de Leyes.
El menos avezado de los lectores habrá observado que nuestros representantes políticos están en el estadio del observatorio de cuidados intensivos, sencillamente, porque por lo que se conoce, hasta el momento, la contaminación bacteriana les está afectando seriamente y no se vislumbra la consecución de un remedio eficaz que lleve a la sanación política de España.
Quiero decir que la credibilidad de los partidos políticos –sálvese quien pueda, si es que alguien puede– está muy cuestionada socialmente. Los tradicionales, populares y socialistas, tiene que reconducir su trayectoria no con efectos de imagen, ni con efebocráticos cambios insustanciales. Tampoco con precipitadas fórmulas que, al final, suelen conducir al desastre.
En cuanto a las formaciones emergentes y no tan emergentes, que obviamente están, actualmente, en decadencia, habría que aplicarles la misma medicina. Lamentable situación de Ciudadanos, que no genera en la ciudadanía ningún tipo de ilusión y que su líder, personaje solvente y aspirante a renovar usos y costumbres se siente, y con razón, ninguneado. En cuanto a la extremada izquierda que, por el momento, tan solo ha aportado al país actitudes totalitarias, engañosas y añejas su compostura institucional es retratada, al minuto, en la calle y redes sociales. Y por sus desmanes son conocidos.
En plena digestión del engullimiento de IU, Podemos anda a la gresca por el puesto de mando. ‘Pelea de gallos’. En ésta época casi navideña los gallos y las gallinas, junto al pavo, son aves para caldos, asados y pepitorias que suelen adornar la cristiana mesa de la tradición. Tengamos unas Pascuas en Paz y démosle tiempo al tiempo para ir pensando qué debería modificarse o cambiarse de la Constitución. Por ahora no hagamos mudanza.