En el argot popular hay un dicho –hoy en desuso– bastante expresivo, que solía aplicarse a determinados individuos que, por ‘méritos’ propios y ajenos, eran acreedores dada su trayectoria vital a decirles «ese tipo tiene tres días de carnaval y el domingo de Piñata».
La semana, coincidiendo con la celebración de la festividad de Don Carnal, nos ha ofrecido ‘piezas’ prodigiosas de personajes de ordinaria apostura pétrea que han desfilado, y van a ir desfilando, próximamente, por la pasarela de las salas de justicia.
Aunque sentarse en el banquillo no es un desdoro, siempre que uno esté libre de ‘pecado’, no cabe duda que es un mal trago para las personas con una mínima sensibilidad porque, lamentablemente, existen procesados que no expresan, ni sienten, ni padecen el peso de la Ley. Asesinos, pederastas, atracadores, violadores, ladrones de cuello blanco, empresarios y políticos corruptos pasan, o están pasando, por esa vicaría de la justicia que, democráticamente, nos hemos dado.
Llaman la atención aquellas personas que por su ‘status’ social, tal vez llevados por la avaricia y un exceso de orgullosa confianza, delinquen porque piensan que son invulnerables. A la espera de la decisión de una sentencia firme el mayor rum rum tiene su epicentro próximo a la Familia Real española. Y en tan delicada situación el pueblo llano y sencillo se hace la pregunta de si verdaderamente, al final, se hará justicia.
No es un problema menor que tiene nuestra democracia porque, desde hace años, aflora una sensación en la sociedad de laxa o severa actitud a la hora de aplicar, según quién, el código penal. Alguna tarde que otra me martirizo y veo La Sexta y aparece en pantalla, como colaborador necesario, para regocijo y captación del segmento audiovisual de la ‘sinistra’ y protestantes ingenuos varios, un magistrado –supongo que en ejercicio porque se dirigen a él llamándole: «magistrado»– que opina e interpreta sobre procesos que se dirimen actualmente en los tribunales, cuestión bastante saludable en este país tan libremente libre, siempre y cuando, desde la pluralidad de ‘opinatio’ invitaran a otros magistrados de distintas tendencias, con el fin de establecer un estado de cierta equidad para el lego y confuso espectador. Porque una cosa es la opinión y otra la justicia. La justicia, al margen de la ideología de los que la aplican e imparten, debe ser igualitaria aunque ello no sea fácil ejercicio.
Hemos oído, recientemente, la excretada palabra de un político separatista, presunto delincuente catalán, afirmando que si la Justicia lo condena por desacato será el fin del Estado español. Este petimetre del vano lenguaje separatista ha quedado retratado al minuto, indeseablemente, para la historia digno de parecernos un personaje con tres días de carnaval y el Domingo de Piñata.
Pero los necios, enmascarados en el despropósito carnavalesco, cunden de manera exagerada y nadie –porque falta verdad, sentimiento de culpa, vergüenza, honor y sencillamente humildad– pide perdón y asume, con responsabilidad y dignidad, sus errores por muy evidentes que sean. ¿Han escuchado ustedes a algún presunto malhechor que se declare culpable de su ilicitud? Todos son inocentes, ignorantes, incluso víctimas, perseguidos, manipulados, linchados, estigmatizados…
Hasta que un día, una justa sentencia, puede demostrar lo contrario.