No se me ocurre, por ahora, quién pondrá sensatez en la carrera armamentista que han emprendido algunos países. Por el momento existe un trío calavera que está con el metro en la mano midiendo, con sus intereses políticos, económicos y mediáticos, quién la tiene más grande. Tendríamos que ir pensando –yo a veces lo invoco con cierta sorna– en un psiquiatra de cabecera porque, entre unos y otros, nos están creando un ambiente neurótico bastante generalizado de psicosis bélica.
Lo cierto es que no estamos para muchas bromas porque, claro, que los norteamericanos digan que han lanzado la bomba más grande, no nuclear, sobre Afganistán, que los rusos se vanaglorien de tenerla más grande y que el sebáceo norte coreano exhiba, al margen de su mórbida figura, las más grandes armas nucleares que apuntan a donde el dedo bobo decida es preocupante.
Está claro que Donald dispara rápido y sin previo aviso como, salvando las diferencias, ‘Crazy Clay’, de gatillo fácil. El sibilino Putin suele jugar al ajedrez y puede amenazar con métodos sofisticados, con un jaque mate, como hombre formado en los servicios de inteligencia. Y Kin Jong-un, intuida su incapacidad,
nos puede sorprender en cualquier momento con cualquier operación. Con este panorama, sin ser pájaro de mal agüero, ni tremendista, el panorama que las circunstancias dibujan alertan, con base realista y objetiva, la posibilidad de un conflicto que, sin duda, afectaría al orden y la paz mundiales en un contexto mucho más amplio y de consecuencias imprevisibles. Si aplicamos el pensamiento de Gandhi, los que están en guerra con el mundo son personas que no viven en paz consigo mismas.
Muchos seres humanos en esta tierra que vivimos o malvivimos, dependiendo del lugar en el que pacen o padecen, ancestralmente mueren en gran parte por la hambruna, las pandemias, la escasez de mínimos medios vitales, como el agua, o el inhumano olvido. Por otro lado nuestro orbe, al margen de las periódicas e históricas guerras, en la actualidad se cobra muchas víctimas inocentes por la aparición de fenómenos relativamente modernos como el perverso terrorismo, alentado por bandas criminales o iluminados individuos, adiestrados para morir matando como está sucediendo, lamentablemente, con el islamismo extremista. Con relación a estos tipos, que hay que reconocer que nos tienen seriamente acojonados, lo que no me explico es que la mayoría de ellos estén fichados, con antelación, por la policía y que continúen siendo ciudadanos de hecho y derecho, en diversos países de la Unión Europea donde, cuando se les antoja, comenten sus actos criminales. Si sabido es por las autoridades y las fuerzas de seguridad, ¿por qué no son extraditados estos animales antes de que sientan la tentación de realizar un atentado? ¿Cuántas tragedias se podrían haber evitado hasta ahora?
A priori se me antoja que las policías actúan con celeridad profesional pero las laxas leyes, por lo que estamos viendo y padeciendo, no ayudan, en absoluto, a la prevención. La solución tarda en llegar. Se aplica mucho el paño caliente y el papel de fumar hacia un ‘estado’ tolerado por muchos países, incluso árabes, que difícilmente se debilita porque recibe ayudas y colaboraciones constantes para seguir segando la vida de gente inocente y acrecentando el terror incontrolado.
Como incontrolable ha sido el suceso de espanto de la ‘Madrugá’, de la Semana Santa sevillana en la que, según fuentes oficiales, «cuatro borrachos, cuatro gamberros» reventaron devociones, tradiciones, sentimientos y cultos de creencias de piadosos actos penitenciales y de multitud de personas que participaban de un ritual que se resucita, conmemorativamente, todos los años. Es la segunda vez que ocurre.
Que no cunda el pánico pero estas ‘gamberradas’ no se resuelven con multitas. Porque puede suceder, en próximas ediciones, que algunos energúmenos traten de medir quién la tiene más grande y liarla a lo grande con impensables consecuencias.