Por lo que se lee y oye a Carmena, la de Cibeles, la que ha llegado a prohibir que los hombres nos espatarremos en el transporte público, le quedan pocos telediarios y ya se habla de relevos en la alcaldía madrileña. María Manuela, la actual regidora, no se si a propósito o despropósito se ha ido desenganchando de la tribu podemita y es doctrina que en política, se sea o no de la genuina casta, el que se mueve no sale en la foto. Iglesias Turrión, jefe de Podemos, al parecer tiene su mirada puesta en el militar en la reserva, José Julio Rodríguez, que aparte de ser más triste que ‘El caballero de la mano en el pecho’ es bastante contradictorio. Que un general, que fue jefe del Estado Mayor de la Defensa en la época ‘zapateríl’, manifieste que «soy pacifista y antimilitarista» es una discordancia tan absurda como para romper filas.
Pues en estas andamos si es que la formación de extremada izquierda logra conseguir votos suficientes para la alcaldía de la Corte y Villa. No sé si el hoy purgado Íñigo Errejón será finalmente candidato a la presidencia de la Comunidad para disputarle el puesto a Cristina Cifuentes, tal y como acordaron políticamente tras ser derrotado en el Consejo Ciudadano. En cualquier caso, si la formación morada consiguiese hacerse con ambas instituciones, no sólo sería un milagro sino un problema muy serio para los madrileños. Pero en fin, hablamos de 2019 y, de aquí a entonces, tiene que llover a cántaros que hay mucha sequía en España.
María Manuela –que me recuerda, con frecuencia, a la vieja del visillo– se le quiere y se le odia con igual intensidad por sus ocurrencias que van desde sacar en Cabalgata a unos magos merlines, encarnando a los Reyes Magos, arrancando placas de calles del rescoldo de la Memoria Histórica, cabreando a los taxistas, yugulando la arteria de la Gran Vía para hacerla peatonal o imitando a Viena con semáforos para gays. Los semáforos se han instalado en varios distritos de la capital con ocasión del World Pride, Fiesta del Orgullo Gay, que este año concentrará en Madrid a más de tres millones de personas. En San Fernando, Cádiz, ya se vienen experimentando estas señalizaciones, que se llaman inclusivas y a mí, aparte de parecerme una ‘farfollada’, las considero innecesarias porque, para transitar y cruzar una calle, la identidad sexual del peatón o peatona me trae sin cuidado. Y tenemos que llegar a concienciarnos y educarnos en el respeto a todas las condiciones u opciones pero con seriedad y rigor. Sobra, a mi juicio, mucha exhibición y ostentación pública de lo que debe ser privativo de la intimidad individual. La señora Carmena, al margen de sus ocurrentes chorradas, habrá sido, probablemente, una buena jurista y una excelente magistrada, pero como alcaldesa no es previsible que pase al cuadro de honor de los mejores regidores de la capital de España. Aunque vive ricamente –nada que censurar porque cada uno vive como puede– su corazoncito de izquierdas le arrastra por las mareas de la falsa progresía.
No es progreso tener Madrid más sucia que nunca, más insegura que nunca y con más mendicidad que nunca. Una ciudad progresa cuando ocurre todo lo contrario. Más le valiera a la ‘señá’ Carmena, en una de esas mañanas de inspirada ensoñación, agarrar la escoba de mando y hacer sábado por los distritos por cuyos favores, los madrileños, les quedarían muy agradecidos. No debe olvidar, María Manuela, ¿me escuchas?, aquel concurso de colilleros, una de sus esperpénticas primeras ideas. Si mal no recuerdo, el niño que recogiera mayor número de colillas del suelo de ‘Madriz’ recibía un premio. Pues no sea tonta y haga lo propio. Limpie, fije el ojo y dé esplendor a Madrid y, al menos, llévese usted el premio antes de que pueda sustituirle el soldado pernocta.