Ahora que la Academia de la Lengua ha aceptado la palabra iros, respetando también la tradicional idos, debería estudiar la posibilidad de aceptar la popular «irsus» tan pronunciada como exclamación de hartazgo por estos pagos rurales de nuestra geografía. El «irsus» a tomar por…, en el más primitivo y brillante lenguaje andaluz, es tan refrescante como el sabroso gazpacho en el estío. Y estos y otros palabros, recogidos en curiosísimos diccionarios autóctonos, deberían no sólo practicarse ahora que la RAE y sus ilustres académicos están mogollones, sino entronizarse, cuando toque revisión, en el evolutivo libro esponja de la palabra nacida del pueblo español.
Esta semana ha sido singular en lo político –por lo inusitado– que un cargo público abandone el puesto por razones políticas. Aquí no dimite nadie de nada desde hace muchos años porque se ha perdido, por regla constatada, la vergüenza. Pero todavía existen personas dignas que prestan su servicio a la sociedad desde la responsabilidad, el honor y, sobre todo, el respeto a la legislación vigente. El caso del director general de los Mossos d»Escuadra, Albert Batlle, dimitiendo «por razones políticas» de su puesto, más que un gesto es un síntoma de que el secesionismo en Cataluña, pese a contar con adhesiones de amplios sectores sociales es, históricamente, una ficción política, un pulso constante al gobierno central de turno. Puigdemont, que igualmente ha tenido que aguantar otras dimisiones y escuchar voces discrepantes sobre su delirante y temerario golpe de Estado, que teóricamente prepara para octubre, ha sustituido a Batlle por Pere Soler que es un personaje indeseablemente independentista y zafio que en sus ratos de rencoroso odio tuitea cosas como: «Espero que nos vayamos ya, porque me dais pena todos los españoles». Ante esa biliar aseveración del tal Pere y sus correligionarios, no cabe otro recurso que echar mano de la lengua lugareña y exclamar «pues «irsus» a tomar…».
Existen personas que se quieren ir, no sólo de España, ni ocultarse en el Amazonas; deciden quitarse de en medio, extraditarse al otro mundo sin dar explicaciones como ha sido el caso, también poco habitual, de Miguel Blesa que se fue a cazar y su mente lo cazó. A mí me enseñaron que el suicidio es un acto de cobardía. Con la salvedad de quienes, por desgracia, sufren algún tipo de trastorno mental. El adiós a la vida de Blesa fue premeditado en el amanecer de alevosía. El desesperado deseo de quitarse de en medio no me apena, aunque siento compasión. Y no me apena porque cada cual debe expiar sus pecados. Antiguamente hombres y mujeres se quitaban la vida, en su mayoría, por deshonor, por amor y desamor o por ruina económica. A Blesa la justicia le había embargado hasta el orgullo y hay personas que son incapaces de asumir el castigo de vivir en la indigencia después de haberlo tenido todo o casi todo. No son frecuentes este tipo de suicidios. El suicida cotidiano es el repulsivo y despreciable ser que, previamente, se lleva por delante primero a su mujer y si encarta a sus hijos y a la suegra o se erige en autor, con la suma de alcohol y otras drogas, de un trágico accidente en carretera.
La decisión exprés de emigrar de esta tierra al más allá es como una pena de muerte a la que el difunto Blesa no estaba condenado. Primero, porque en nuestra legislación no existe la pena de muerte y, en segundo lugar, porque al parecer su condena por la nefasta e ilícita gestión «black» en la anterior dirección de Bankia, y otras causas pendientes, no iban a suponerle muchos años entre rejas. Luego, ya se sabe, si eres hombre ilustrado, educado, fino y buen relaciones públicas te asignan el puesto de encargado de biblioteca y educador. Con lo cual la condena puede rebajarse como en otros conocidos casos. En España los que permanecen en la cárcel son otros, menos importantes. Quizá ni sepan leer ni escribir. El enjambre de hijos de Ruiz Mateos acaban de eludir, por el momento, la mazmorra y hay en la lista de espera principales mangantes. Pero, desde la princesa altiva hasta la que pesca en ruin barca, todos y todas se escaparán de la laxa justicia de la que «gozamos». ¿Qué sentido tiene quitarse la vida? Absurda precipitación.