Por esa inocente credulidad que manejamos los bien pensantes creíamos que el máster de Cristina Cifuentes no era de broma y de engaño y que el escándalo académico político era fruto de las maliciosas tramas que suelen elaborar y amañar los opositores para triturar al adversario. Pero cuando esta semana, después de tanto jaleo y alboroto anuncia por carta, la infrascrita, al rector de la Juan Carlos que va a devolver el máster eso suena a cachondeo. Primero porque no puedes devolver algo que no tienes y en segundo lugar que si fuese legalmente poseedora de un título la renuncia no tendría justificación y, en todo caso, debería argumentarla a través del Ministerio de Educación. Total que la señora Cifuentes –que para nada le hacía falta un máster– se metió en un jardín con laberinto del que difícilmente saldrá airosa. Personalmente opino que lo censurable es la persistente mentira. No parece razonable que la actual presidenta de la Comunidad de Madrid se obstine desde el primer segundo en aseverar algo que ahora, por la presión política y social, trate de resolver como si el máster lo hubiese adquirido en El Corte Inglés: «Si no queda satisfecho le devolvemos su dinero».
Esta picaresca de la ‘titulitis’, ese afán de aparentar con títulos académicos lo que uno no es, viene de antiguo y tanto en universidades públicas y privadas se han dado situaciones, algunas lamentables, como la de ejercer la medicina con título falsificado. Esas mafias, constatadas policial y judicialmente, se han movido generalmente por intereses económicos para facilitar la ilícita práctica profesional o para inflar el globo del currículo. Aún sabiendo que, en ocasiones, a mayor acumulación de títulos puede esconderse un ilustre necio.
El torpe tropiezo de Cristina Cifuentes ha sido el detonante para revisar, lupa en mano, los ‘vitae’ académicos de toda la afición en corporaciones e instituciones, nacionales y locales. Y triste ha sido comprobar la manipulación y la mentira de muchos cargos y cargas públicos representantes de todo el arco parlamentario y corporaciones. El episodio de la señora Cifuentes ha quedado reducido a un lamentable incalculado estropicio. Pero no debemos dejar pasar lo que ocurre alrededor, para ser ecuánimes en la opinión, porque hay mucho pillo con pillería de todo signo y te lanza, una licenciatura o un máster a puerta tirando desde el córner por si cuela.
Reitero que lo grave es la mentira. Y un político que miente sea mujer, hombre o viceversa pierde credibilidad y confianza. Y los primeros que tendrían que actuar, ejemplarmente, son los partidos políticos que tiene la obligación de salvaguardar la moral y la ética de sus representantes.
Después, como siempre, serán los ciudadanos quienes tengan la última palabra frente a las urnas que no son infalibles pero son democráticas.