Con la nueva ley estatal antibotellón, los menores van a tener difícil el bebercio callejero, lo cual no asegura que abandonen la costumbre de ponerse ciegos largos fines de semana o celebrando cualquier festivo advenimiento conmemorativo. La compleja y necesaria legislación que hay que agradecer a todo el arco parlamentario, exceptuando a un par de beodos grupos que existen en la contradicción que permite la democracia, será sin duda bastante polémica, porque el incumplimiento legislativo puede incluso sancionar a los progenitores, cuestión harto discutible. Granada fue y es víctima del botellón. El ayuntamiento capitalino, como otros consistorios, crearon el ‘corralito’ para las etílicas noches de la juventud. Los ‘corralitos’ evitaron, en gran medida, que las reuniones botelloneras se extendieran por toda la ciudad, que semanalmente solían ser una molestia generalizada para los ciudadanos. Pero en los botellódromos todos tenían cabida, no se pedía identidad, y de alguna forma se fomentaba el consumo de alcohol y otros productos lesivos para los jóvenes. Difícilmente podrá controlarse este absurdo hábito si desde la familia, pasando por los centros de enseñanza y de la sociedad en general no afrontamos con decisión la tarea de educar, formar y convencer de lo que es bueno o es perjudicial para quienes forman la colmena humana del futuro social.
Tradicionalmente, el festival de Eurovisión ha estado rodeado de polémica, aunque la más sonada y recordada fuera cuando Juan Manuel Serrat se le puso en sus santos ovoides interpretar el ‘La, la, la’ en catalán. Eran tiempos en los que el cantante estaba en las barricadas de la progresía. Hoy es un facha, como el almirante Cervera, a juzgar por la opinión condenatoria del feroz independentismo cada día más «lúcido y coherente». El caso es que el chaval Alfred, que forma dúo con Amaia, –que defenderán a España este año en Portugal– le ha regalado a su pareja por San Jorge, como es costumbre, un capullo y el libro ‘España de mierda’, de Albert Pla, lo que naturalmente ha levantado enorme revuelo y críticas entre los más tradicionales patriotas. Al margen del excrementado regalito y soslayando el contenido de la obra, cuestión que me trae sin cuidado, quien ha salido beneficiado por la gratuita publicidad ha sido el escritor, ocasión que le ha venido de ‘pelas’. No me apasionó jamás el festival de Eurovisión al considerar que era y es un ‘castañazo’ de enorme magnitud. Y en cuanto a la canción que nos representará este año por los ‘triunfitos’, al margen anécdotas, me suena tan lamíosa como sus intérpretes.
Los pensionistas celebran con alborozo y chacolí la subida de las pensiones según el IPC, acuerdo estatal alcanzado gracias al PNV, que parece mínimamente justo para los mayores que han reclamado con contundencia manifestante que se tomase en serio el presente y el futuro de sus retribuciones vitalicias.
El mismo día de la buena nueva, se hacía público un vídeo letal para Cristina Cifuentes que precipitaba su renuncia a seguir presidiendo la Asamblea de Madrid. Pura coincidencia. El adiós a la señora Cifuentes estaba cantado con fondo de ‘Gaudeamus igitur’, pero era impensable que por dos botes de crema anti edad, que se llevo por «error y de manera involuntaria» en el bolso, fuese obligada a abonarlos por la seguridad de un supermercado y marcharse ‘hidratada’ por la puerta de los maleantes.