Los mercados tradicionales que tanto sabor, olor, calidad y precio ofrecían, históricamente, han sufrido la lesiva existencia de las grandes cadenas de alimentación y sobre todo el éxodo, la despoblación del centro de la ciudades, alimentado mínimamente de terceras edades, entidades bancarias, bufetes de hipotecarias y divorcios y mimos callejeros que sudan la voluntad eurípide del viandante. A veces los estáticos piden con alegría. Ayer me solicitaron, vía de apremio, 30 euros para pagar el hotel, cuestión que hubiese resuelto ‘ipso facto’ si hubiese compartido habitación con la demandante.
Todo evoluciona y si antes vivir en el centro era una comodidad, hoy es una incomodidad, aunque pueda ser un placer. La gente se marcha a la diáspora porque la locura inmobiliaria continúa, pese a la crisis, es decir que hay que disponer de un alto poder adquisitivo para hacerse vecino de ‘Puerta Real’, que es el centro neurálgico de la epidermis del granadinismo.
El centro de las ciudades se queda mustio e incluso repelente, a partir de las nueve de la noche, cuando el comercio cierra sus puertas, salvo la presencia turística de algún puente que llena hoteles y restaurantes.
Hay que reconocer que desde el ayuntamiento capitalino han hecho una propuesta interesante para la rehabilitación del mercado de abastos de San Agustín, a modo y ejemplo de otros que lucen en diferentes ciudades españolas que, como el atractivo mercado de San Miguel de Madrid, aúnan puestecillos de variados géneros, junto a bares y cafeterías; todo ello con un concepto de uniformidad, buen gusto e higiene que hacen apetitoso degustar ricas viandas o adquirir frescos productos huertanos.
Si se sigue esa línea de exigencia el proyecto puede ser exitoso. De lo contrario, la mezcla de churras con merinas, podría vulgarizar el espacio y hacerlo escasamente atractivo al consumidor.
Independientemente de la oportuna idea del municipio, no cabe duda de que Granada se está situando a la cabeza de las ciudades con más bares del mundo. Aquí el que no monta un bar, le monta a su novia una peluquería de señoras. Llegará un momento en que ante tanta oferta se diluya la demanda. Aunque, últimamente, lo que están proliferando como hongos son las fruterías. Hay fruterías para repellar en establecimientos y estratégicas esquinas de peatonales calles. Los otros días, una modesta vendedora apoyada en el quicio de la ‘fragoneta’ me ofreció unos ‘malacatones durces’. En principio le dije que lo suyo era competencia desleal. Cuando me respondió: «¿Cualo?», opté por comprarle unos ‘malacatones’ solidarios.
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Están saliendo como hongos las fruterías y las panaderías. Ojalá funcione lo del mercado de San Agustin