El domingo 22 de marzo muchos jóvenes se estrenaron en la “fiesta de la democracia”, ejercieron su derecho a expresarse libremente y a elegir a quienes confían podrán practicar algún control sobre las decisiones generales que afectarán a sus vidas en los próximos años.
Supongo que la mayoría lo vivieron como un hecho natural, sin más relevancia que un cierto grado de curiosidad por incorporarse a un proceso en el que interviene toda la sociedad (la andaluza en este caso). Este hecho, no obstante, debería suponer el primer paso que representase la recuperación de la trascendencia para los ciudadanos en la participación activa y diaria de la vida política. No esporádicamente en cada plebiscito.
En el último siglo hemos sido relegados a hacer política de referéndum en referéndum por quienes han sabido substituir el honor de la representación del pueblo por el remunerado cargo de político electo. Una actividad que debería caracterizarse por la seriedad y honestidad de ostentar temporalmente la soberanía de la sociedad, se ha transformado en una profesión, en un puesto público donde lo importante no es “hacer política sino ser político”.
La política se ha reducido al conjunto de políticos y a las instituciones que los sustentan, cuando en realidad debería ser el cimiento de las relaciones entre gobierno y representados (no gobernados), el espacio en el que se establece el consenso y se dirimen las diferencias para garantizar el futuro, anteponiendo la igualdad y la justicia, con la participación e implicación de la ciudadanía.
Pero un ejemplo más de que este principio se aleja de la realidad ha sido el resultado de las recientes elecciones al Parlamento de Andalucía, cuyas consecuencias “lampedusianas” ya adivinábamos que se iban a producir desde el inicio de la campaña electoral, que si por algo se ha caracterizado es por la intención subyacente de mantener las estructuras de poder a pesar de los discursos de transformación y renovación lanzados desde todos los frentes.
Ninguno de los partidos ha tomado conciencia real de la voluntad de la sociedad de hacer valer su voz frente a las exigencias de los tecnócratas y del neoliberalismo del mercado. Ninguno ha tomado el testigo de que era necesaria una segunda transición que regenerase el sistema, que dejase atrás los años de la gobernanza cortoplacista, egoísta y miope que nos ha llevado a los inaceptables niveles actuales de corrupción, desempleo y deterioro de la cultura y la sanidad, y a una sociedad que ha terminado siendo más defensora del clientelismo que partidaria de su propio destino.
No voy a juzgar con más precisión lo acaecido el 22M que otros analistas políticos con más profesión y conocimiento que el que suscribe, pero si me permite, estimado lector, me gustaría centrarme en cómo han desarrollado la estrategia de campaña los partidos llamados a conformar la cámara legislativa.
Para ello, nada mejor que recordar el eslogan con el que cada formación ha querido resumir su propuesta electoral.
PSOE: Andalucía tiene mucho que decir. #YoConSusana
PP: Contigo por Andalucía.
IU: Transformar Andalucía
Podemos: En Andalucía podemos. El cambio empieza en Andalucía
Ciudadanos: Cambiar Andalucía está en tus manos. El cambio
PA: #defiendeAndalucía
UPyD: Gente como tú. #LevantaAndalucía
Además de repetirse, tanto en el mensaje trasnochado como en el uso innecesario y pretendidamente moderno de la almohadilla (#), ninguno de ellos aporta nada respecto de la transformación profunda y comprometida de las personas que componen las listas electorales y, consiguientemente, de los partidos que representan y definen. Los más decanos porque son incapaces de renovarse, aislados en su propio y egoísta ensimismamiento; y los nuevos porque arrastran y repiten esquemas aprehendidos, faltos de innovación ideológica y atrapados por la retórica del aspirante al poder.
El “y tú más” ha sido el hilo conductor de los discursos y la imagen de los candidatos ha vuelto a sembrar de ironía el paisaje de nuestras ciudades. Especial “encanto” tiene el mensaje del PSOE para “entronar” a su líder ante una Andalucía dispuesta a rendirse a sus pies, reconociéndola como la capitana del equipo (como cuando de pequeños elegíamos con el que queríamos jugar).
En una década marcada por la innovación tecnológica, la cocreación en muchos ámbitos del emprendimiento, el conocimiento compartido y el foco en las personas por parte de las empresas, seguimos observando cómo estos avances no se consideran medios para mejorar la política sino instrumentos para sortearla (D. Runciman). El plano de la realidad cotidiana de los ciudadanos y el del espejismo de los partidos y sus políticos nunca llegan a tocarse porque, de producirse la conexión, ésta debería ser la consecuencia de una respuesta fiel a las necesidades de progreso real de la sociedad. Y no es éste el terreno en el quieren jugar los políticos, porque para eso habría que hacer política. De nivel y honesta.
Algo que, por otros cuatro años más, no vamos a ver producirse a pesar de las modificaciones en el número de parlamentarios y la irrupción afortunada de nuevos partidos. Por desgracia, cuanto más cambie este panorama, será más de lo mismo (A. Karr) pues sólo se ha producido a nivel superficial.
Estructuralmente hay mucho camino que recorrer, siempre que los ciudadanos también estemos dispuestos a hacer política cada día.
José Manuel Navarro Llena
@jmnllena