En el artículo anterior les proponía una nueva fórmula para que el poder de guarda, negociación y finalidad del dinero de una persona pasase a éste en lugar del sistema actual, en el que estas funciones están delegadas a las entidades financieras que, aun siendo responsables ante sus clientes y ante el organismo supervisor correspondiente de garantizar los fondos depositados por aquéllos (hasta el máximo que le permite la legislación vigente), se ocupan y preocupan de sacarle el máximo beneficio mediante la especulación en mercados secundarios, comprando y vendiendo dinero con márgenes mayores que las tasas que aplican a los productos para particulares y empresas.
A pesar de que las economías mundiales están basadas en un modelo que otorga a los bancos el papel de custodios del dinero en circulación, la gran mayoría de las personas sigue teniendo la necesidad de “controlar y tocar” su pequeño capital ya que de él depende su estabilidad y bienestar. Esta es una de las razones, arraigada culturalmente, por las que el dinero digital encuentra resistencias para consolidarse a pesar de las facilidades que ofrecen las nuevas tecnologías y del surgimiento de criptomonedas amparadas por el espejismo del libre mercado.
La desconfianza en el sistema financiero en general hace que algunas voces autorizadas apunten hacia las grandes compañías digitales (Google, FaceBook, Amazon, Apple) como los próximos señores de las finanzas. No obstante la necesaria regulación a la que deban someterse, a favor de éstas suma una mayor comprensión y conocimiento de sus usuarios y no estar poseídas, a priori, por aquel espíritu especulador de la banca tradicional pero, en cambio, su enorme tamaño y control de la información les acerca más a representar la figura de un oligopolio que la de encarnar la verdadera revolución del modelo financiero global.
Para que ésta se produzca, es necesario cambiar radicalmente ese modelo y devolver a las personas el poder y el control real sobre su dinero, sin que nadie, aprovechando que lo tiene depositado, se favorezca de él realizando operaciones con terceros para obtener rendimientos que no son trasladados a los depositantes. Convertir a cada persona en responsable directo y único de sus ahorros exigiría la descentralización de todo el sistema y establecer mecanismos de control de las transacciones por entidades reguladas que certificasen el cumplimiento de normativas como SEPBLAC, para la prevención del blanqueo de capitales, o de las directivas europeas SEPA (Zona única de pagos en euros) y de Dinero Electrónico, por ejemplo. Y, sobre todo, sería necesaria la intervención de empresas proveedoras de servicios que permitieran el libre movimiento de dinero digital entre personas y empresas.
En alguna medida ya se están dando pasos en este sentido con la aparición de las empresas llamadas fintech (finanzas personales, medios de pago, crowdfunding, crowdlending, equity, divisas,..), insurtech (seguros) y regtech (regulación). Y, por fin, con la entrada en vigor este mes de la nueva directiva sobre servicios de pago denominada PSD2, las empresas minoristas podrán acceder a las bases de datos de las cuentas de sus clientes en cualquier banco de la UE para hacer transacciones financieras habituales, como transferencias, compras o domiciliaciones.
La apertura de las redes de información de los bancos, en un entorno regulado, seguro y con el consentimiento del consumidor, permitirá incrementar la competitividad y la transparencia en los servicios de pago al tiempo que ayudará a desintermediar operaciones típicas mediante modelos más innovadores y cercanos a los usuarios. Y, adicionalmente, ayudará a que otros agentes, como los comercios minoristas, accedan a la información bancaria de sus clientes para facilitar aquellas operaciones. Con ello, estas empresas también podrán diseñar productos y servicios a la medida del consumidor y establecer nuevos marcos de relación con él.
La nueva directiva define un escenario del comercio electrónico más abierto, denominado “Open Banking”, que también favorecerá que los bancos lleguen a nuevos clientes mediante la oferta de productos “plug&play” a través de aquellas empresas minoristas. Por tanto, se avanza hacia un sistema más abierto en el que el flujo de las transacciones se integra en redes más amplias y con mayores capacidades, aunque sigue requiriendo de los bancos para asegurar su solidez, reducir el fraude y consolidar la información de las posiciones financieras de los consumidores.
La directiva PSD2 reordenará la estructura de competencia financiera en la UE y, por tanto, impulsará la innovación y la adecuación de la oferta de productos y servicios, si bien no está muy claro que en la voluntad de estos esté compartir la información de sus cuentas con cualquier empresa, no ya por privacidad y seguridad sino por el sentimiento de cierta manipulación que pueda despertar, aunque añada otros beneficios como el ahorro de costes al no ser necesarias las pasarelas de pago y adquirientes que ahora intermedian, por ejemplo, los pagos con tarjeta en un comercio.
Será una oportunidad para mejorar la experiencia del consumidor, no sólo en las empresas minoristas sino en su relación con el banco. No obstante, habrá que dar un paso más para que aquél se sienta el protagonista, controlando y dirigiendo esa relación (Real Open Banking).
José Manuel Navarro Llena.
@jmnllena