La realidad y la persuasión.

La cadena surcoreana MBC ha emitido recientemente el documental “I met you” en el que muestra el reencuentro de una madre (Jang Ji-Sung) con su hija (Nayeon) fallecida tres años atrás debido a un cáncer medular. La conmovedora reunión tuvo lugar gracias a la tecnología de realidad virtual desarrollada por la empresa VIV Studio y a meses de intenso trabajo para reproducir el rostro, los gestos y la voz de Nayeon, en un entorno querido por ellas como era el parque donde solían acudir.

El documental ha suscitado una gran controversia debido al alto componente emocional del contenido y, sobre todo, al cuestionamiento de dónde están los límites éticos para ejecutar este tipo de programas, muy cercano a un “reality”, aunque cuenten con el consentimiento de las partes interesadas. Hay quien opina que la tecnología, en estos casos, puede ser un recurso apreciable para complementar tratamientos psicológicos en situaciones tan dolorosas como la que se recoge en el documental; pero también puede convertirse en una vía de escape o de adicción para negar la realidad y aferrarse a un ser virtual que mitiga el dolor de la pérdida, y que puede terminar substituyendo a la persona real o a su recuerdo.

Desde que G. Tononi y G.M. Edelman publicaran el artículo “Consciencia y complejidad”, en el que fijaban un punto de inflexión en el desarrollo de una nueva hipótesis sobre la naturaleza de la conciencia, muchos han sido los intentos por determinar la contribución de áreas específicas del cerebro a la construcción de la experiencia consciente y, por otro lado, a explicar qué parte de ella se debe a la influencia social y cultural dependiendo del grupo o comunidad a la que se pertenece y del contexto en el que se produce.

Resultado de imagen de conciencia y complejidad

De una parte, A. Damasio defiende la tesis de que la consciencia y la moral son fruto evolutivo de estructuras neuronales responsables de los procesos cognitivos y emocionales, respectivamente, que han servido para conjugar las relaciones entre las personas de un mismo clan y favorecer la convivencia del grupo a través de reglas compartidas, cuyo cumplimiento tiene una respuesta de apoyo (recompensa) y, por consiguiente, nos hace sentir bien; y el incumplimiento provoca el castigo y los riesgos consiguientes de sufrir el aislamiento del colectivo y, como consecuencia, nos hace sentir mal.

Por otro lado, P. Churchland, desde una concepción más filosófica, plantea diferenciar entre los buscadores de la sabiduría (D. Hume) que relacionan consciencia y moral con sociabilidad, y los proveedores de normas (I. Kant) que defienden la existencia de leyes universales de la moral que presiden todas las sociedades.

Ambas aportaciones, la neurobiológica y la filosófica, se entrelazan para abordar la cuestión central de la moral que pretende evitar el mal y ejercer el bien como mecanismo fundamental para conseguir la cohesión social y favorecer el progreso respetando un marco normativo llamado ética.

Resultado de imagen de bases neurológicas de la conciencia

El experimento, si podemos llamarlo así, realizado en el documental “I met you” abre un debate que va más allá de la calificación moral de su realización o de la concepción ética de su conveniencia, si lo abordamos desde el punto de vista filosófico ya que encontraremos detractores que lo ven como una injerencia en asuntos que conciernen al ámbito privado y “espiritual”, y defensores que entienden que es una oportunidad para abrir opciones para el tratamiento de depresiones o trastornos psicológicos como consecuencia de traumas de diversa índole.

Si lo observamos desde el plano neurofisiológico, es más complejo porque nuestro cerebro se nutre de experiencias propias y compartidas que contribuyen a la construcción de estructuras e interconexiones neuronales que conforman la visión de la realidad de cada individuo y su concepción de los valores y principios éticos que comparte con la sociedad donde vive. Si esa realidad empieza a ser construida con experiencias virtuales podemos incurrir en la modificación de esas estructuras ya que el cerebro ajusta la percepción de lo que sucede en su entorno en función de lo que capta a través de los sentidos. Esa fijación será mayor cuanto más emocionales sean los estímulos.

De ello hacen uso los extremismos, de cualquier signo, para persuadir a sus posibles seguidores de elaborar realidades donde el miedo a lo diferente (en lo político, religioso, sexual, económico, étnico…) transforme sus valores éticos y prácticas morales para excluir “al otro” y echarle la culpa de sus carencias o limitaciones.

Decía H. de Lubac que «La verdad no tiene nada que ver con el número de personas a las que persuade», ya que entre la objetividad y la subjetividad de la verdad no hay relación de número sino de percepción. La verdad, como la realidad, es una y su interpretación se puede multiplicar por tantas veces como observadores haya o, al menos, por tantos conjuntos de visiones compartidas existan. Si estos conjuntos son ideológicos o económicos ordenados en torno a sus propias verdades o realidades, imagínense si entraran en juego “realidades virtuales” para perfeccionar la tecnología persuasiva, en la que ya hay investigadores (p.ej. en Stanford) desarrollando algoritmos para influir en la toma de decisiones de diversa índole.

  

José Manuel Navarro Llena

@jmnllena

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