La asimetría del azar

Muchas cosas no serán lo mismo después de que salgamos del período de confinamiento. O al menos, no deberían volver a serlo. Esta situación además de servir para contener la propagación del COVID-19, debería ser el punto de inflexión en el discurrir de nuestra sociedad para cambiar muchas de las cuestiones que nos han sido dadas, por herencia, por evolución natural, por imposición, por conveniencia, por cultura, por inconsciencia…

Hace un par de semanas, terminaba mi columna cuestionando si el COVID-19 se podría considerar como un nuevo “cisne negro” inesperado o creado. Según N.N. Taleb, un cisne negro es aquel suceso raro que surge al margen de las expectativas normales que hicieron que lo que no sabíamos fuera más importante que lo que conocíamos, produce un impacto económico enorme y, a posteriori, se buscan explicaciones que erróneamente lo hacen explicable y predecible. Según esta teoría, sí que podemos decir que ha surgido un nuevo cisne negro que ha puesto al mundo contra las cuerdas, porque cuando se ha revelado muy pocas personas, fuera de China, le han dado la trascendencia que merece ya que era un problema surgido en una provincia asiática, a miles de kilómetros de un occidente con costumbres gastronómicas “mucho más saludables” que las de aquellos “ciudadanos incautos e insalubres”, y con una economía robusta e inmune a aquella crisis sanitaria. En cambio, ahora que ha llegado a nuestros hogares, el impacto social y económico es de tal dimensión que ha obligado a los gobiernos a actuar de manera improvisada, contundente pero desacompasada. Con más celeridad o con más parsimonia, han dejado entrever que los mecanismos de los estados consolidados funcionan a la perfección para movilizar sus estructuras legislativa y ejecutiva pero que, entre sus prioridades no están, paradójicamente, los ciudadanos sino la economía y el colapso del sistema sanitario.

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Este hecho se ha denotado en, por un lado, el miedo inicial de una parte importante de la población más allá de la posibilidad de contagio y, por otro, en la despreocupación mediante la negación inconsciente de la realidad de otra parte de la ciudadanía al tomarse el período de confinamiento como si de unas vacaciones anticipadas se tratara. Los primeros han sentido la inseguridad heredada de generaciones anteriores y se han apresurado a abastecerse de todo los necesario, incluso de manera exagerada e irracional. Y los segundos, no han medido las consecuencias de sus acciones desatendiendo su sentido solidario y sus obligaciones como ciudadano. Ambas conductas son consecuencia de la desconfianza y poco compromiso con sus gobernantes.

Por otra parte, todo aquello que era confiable y formaba parte de nuestra cotidianeidad ha pasado de golpe a ser escenario hostil durante unas semanas, lo que es probable influya en nuestro comportamiento a futuro en muchos ámbitos. En lo personal hemos de enfrentarnos a nosotros mismos y a nuestro entorno familiar y del hogar durante un tiempo impreciso y con quienes no estábamos habituados a compartir cada minuto, cada hora, cada día. Seguramente será el terreno más pantanoso donde muchas personas naufragarán al descubrir la inconsistencia de sus relaciones y al descubrirse incapaces de convivir consigo mismos. Otras hallarán espacios y gestos que la vorágine del día a día había encubierto con la normalización de lo cotidiano e intentarán recuperar instantes de complicidad y la riqueza de los silencios compartidos.

En lo social hemos podido experimentar la emoción de la solidaridad espontánea de quienes han aportado sus capacidades y conocimientos para hacer que sus congéneres sobrelleven de la mejor manera posible “la reclusión”. Así músicos, artistas, actores, magos, humoristas, emprendedores, cocineros, profesores, ingenieros, matemáticos, médicos y sanitarios, escritores, entrenadores, agricultores…, han abierto sus ventanas, físicas y digitales, para contagiarnos de sus habilidades, para enseñarnos que compartir no es un intercambio sino una necesidad del ser humano; recordemos que “lo que no se da, se pierde” (D. Lapierre). También museos, editoriales, bibliotecas y empresas de diferentes sectores han dado un paso adelante para mostrar que la generosidad no solo es un atributo humano, aunque detrás de las decisiones de compartir sus activos sí que están humanos.

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En lo científico se ha puesto de manifiesto la gran falacia narrativa de nuestro sistema; ahora el gobierno se escuda en él para tomar decisiones urgentes mientras que ha sido abandonado tanto en asignaciones presupuestarias como en el reconocimiento de su impresionante labor investigadora. Al igual que la sanidad, cuenta con profesionales de altísima preparación con pocos recursos. Los que no han emigrado deben luchar a diario con continuos recortes presupuestarios, con políticas no orientadas a la mejor gestión del paciente sino a la gestión administrativa. Nos hemos dado cuenta de que científicos, médicos y sanitarios son unos héroes, aunque llevan siéndolo desde que decidieron dedicar su vida a cuidar la nuestra.

En lo económico, nos enfrentamos a una crisis de dimensiones inciertas y posiblemente devastadoras, apuntando a una nueva depresión. Algunas empresas, sobre todo las pequeñas y los autónomos, colapsarán porque, en esta ocasión, el problema no está en el desajuste de la oferta sino en la transformación de la demanda, no solo en los productos de consumo sino también en el sistema de adquisición. El eCommerce ha repuntado globalmente en los sectores de alimentación y limpieza, cuya lógica para el aprovisionamiento de las familias está asentando futuras conductas de consumo que permitirán su consolidación en ése y otros sectores de consumo.

La formulación de políticas monetarias, fiscales o regulatorias para frenar la crisis no serán suficientes si no se aprovecha esta situación para reconsiderar el actual modelo de economía, el cual ha demostrado en reiteradas ocasiones no resistir el pánico de los mercados, el cual no es más que el pánico de las personas.

José Manuel Navarro Llena

@jmnllena

 

 

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