¿Nos equivocamos de enemigo?

De manera reiterada, dirigentes políticos, medios de comunicación, responsables sanitarios, etc., hablan de que estamos viviendo una “guerra” contra un enemigo invisible, frente al cual es necesario establecer una alianza y estrategias eficientes para vencerlo cuanto antes y con el menor coste humano posible. Es cierto que podemos hablar de batalla contra un virus en términos metafóricos, como una alegoría conveniente para reclamar la unidad del conjunto de la sociedad, pero no nos olvidemos que éste no es un ser social, no es un vecino discrepante ni una nación hostil, es una entidad biológica que se remonta al origen de la vida cuya naturaleza y evolución conocemos, aunque no hayamos estado preparados para responder en el tiempo y en la escala adecuada.

Identificar al enemigo más allá de nuestras puertas es un recurso fácil para desviar el foco de atención de los problemas estructurales que han permitido su surgimiento y expansión, para justificar las medidas que se deben adoptar y para responsabilizar de sus efectos a un tercero contra el que oponer los recursos necesarios, defendiendo la grandeza del estado y reclamando a la población el espíritu resiliente demostrado en otros momentos de la historia. Y, por supuesto, para instaurar escalonadamente leyes que restrinjan sus libertades personales para que la pérdida paulatina de derechos adquiridos sea menos traumática y cuente con su indulgente aceptación (es por su propio bien).

Alianza global contra un enemigo común – Revista Cero Grados

En estos días hemos descubierto la capacidad de respuesta generosa de todos los sectores de la sociedad, pero también casos aislados de insolidaridad, propagación de noticias falsas, descoordinación y desajustes entre administraciones, ciberataques a infraestructuras públicas y particulares, etc. Conductas altruistas frente a otras egoístas que tendremos que balancear con cuidado y exigir con contundencia las responsabilidades que corresponda a quienes corresponda.

Tras el aislamiento y el distanciamiento social, recuperar la normalidad del contacto físico, tan necesario para nuestro equilibrio emocional, será una tarea complicada porque nos han insuflado el pánico al contagio y a los contagiados. Pero tendremos que buscar soluciones a la normalización del distanciamiento porque nuestra conducta social está impregnada de la proximidad de nuestros congéneres y la gran mayoría de nuestras actividades se han formalizado en “el codo con codo”, tras cientos de miles de años de evolución, para mantener la cohesión del grupo.

De no ser así caeremos en el riesgo de construir un modelo de economía cerrada en el que ya nos estamos entrenando: teletrabajo (con todo lo bueno que conlleva), videollamadas y mensajería instantánea, compras online, pagos digitales, entrenadores y asesores virtuales, educación a distancia, banca electrónica para cualquier gestión financiera, conciertos vía streaming, tutoriales para cualquier especialización, televisión y juegos a la carta…, un largo etcétera al que añadir el control de cada persona, que aceptaremos para que haya vigilancia de los afectados por el virus, pero con el que perdemos definitivamente el anonimato y la protección de nuestros datos más privados. ¿Vamos hacia un “mundo feliz”?

Ilustración De Un Personaje Globo Del Mundo Feliz De Pie Con Las ...

Del parón de la actividad productiva “no esencial”, como de costumbre, el coste real será asumido por trabajadores, autónomos y pequeños empresarios, abriéndose una brecha aún más grande entre los que perderán sus ingresos y los que los multiplicarán como ha ocurrido durante y tras las grandes guerras. En crisis anteriores, se ha constatado que existe un decalaje de unos seis meses desde que se produce una recesión del mercado público y su repercusión en el mercado privado. En esta ocasión, ambos comportamientos se han sucedido casi al unísono como si de una guerra real se tratase.

En la I Guerra Mundial, el miedo al desplome bursátil llevó a los estados a cerrar los parqués al principio del conflicto. Aunque reabrieron más tarde, se siguieron realizando transacciones en el “mercado gris”. El pánico y la desconfianza inicial provocó grandes pérdidas a los inversores, que luego recuperaron muy por encima de las expectativas iniciales, sobre todo en los sectores implicados en la reconstrucción de las ciudades. En la II Guerra Mundial, ni siquiera se cerraron las bolsas, en ocho semanas ya se habían recuperado de la caída inicial generando fuertes revalorizaciones.

No estamos en guerra sino en un contexto excepcional de proporciones desconocidas; por tanto, no es conveniente aplicar reglas y fórmulas fundamentadas en la ortodoxia economicista sino aprovechar el parón para hacer un replanteamiento de las reglas de juego que permita poner la economía al servicio de los ciudadanos. No al contrario.

El COVID-19 no es el enemigo real sino el espejo que nos ha devuelto la imagen de un “Dorian Gray” presuntuoso que niega las oportunidades de cambio de un sistema frágil como el actual, en el que las grandes crisis inesperadas son infrecuentes, pero cuando suceden sus consecuencias son graves e irreversibles, hacia otro sistema “antifrágil” (N.N. Taleb) en el que los problemas inesperados sean pequeños e incluso reversibles.

 

José Manuel Navarro Llena

@jmnllena

 

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