Los ajustes que requirió la restructuración del sistema financiero en España supusieron la destrucción de casi 100.000 puestos de trabajo desde 2008. Esta cifra se ha venido incrementando con la justificación de la “urgente digitalización” del sector, traducida en el cierre de oficinas y nuevas reducciones de plantilla. Esta situación se ha replicado en otros sectores y, en 2019, añadirá la eliminación de otros 15.000 puestos de trabajo, según el anuncio de diferentes empresas (Santander, Caixabank, BBVA, Vodafone, Ford, Naturgy, Alcoa…) de las medidas para reducir costes de personal debido a la pérdida de ingresos y competitividad (aunque sigan dando beneficios).
Por otro lado, el Banco Mundial justifica sus previsiones a la baja del crecimiento de la economía global (2.9% para 2019 y 2.8 para 2020) por la desaceleración del mercado chino y el incremento moderado del europeo (España también ha reducido sus previsiones al 2.2%). No obstante, ¿hasta qué punto las tensiones generadas por la sombra de una nueva crisis generalizada están repercutiendo en la contracción de la economía? O, a la inversa, ¿los datos macroeconómicos decrecientes apuntan ya a un nuevo “cisne negro”? Es difícil saber si factores como el Brexit, el crecimiento y acceso a los parlamentos de partidos de extrema derecha, la recesión económica de países como Alemania o Francia o el equilibrio inestable de la geopolítica internacional son la causa o el efecto de la desaceleración mundial, pero lo cierto es que la consecuencia más doliente es el nivel de desocupación de millones de individuos.
Una de las cuestiones que están sobre la mesa, y que también tiene sus consecuencias sobre la estabilidad y el futuro laboral de los trabajadores, es la cuarta revolución industrial (4IR), caracterizada por la integración de las nuevas tecnologías, más allá de la esfera informática, en la vida misma de las personas. Desde la robótica hasta la biotecnología, pasando por la computación cuántica o el Internet de las cosas (IoT), los algoritmos programados para la Inteligencia Artificial y el llamado “Deep Learning” dibujan un nuevo escenario donde las máquinas desarrollan tareas que optimizan las capacidades humanas o, sencillamente, las substituyen a favor de la mejora de los ratios de eficiencia y productividad de las empresas.
La introducción del concepto “4IR” la hizo K. Schwab, presidente Foro Económico Mundial, en la reunión de Davos de 2016. En la cita del pasado mes de enero, se abordó de nuevo esta cuestión, pero ahora con una visión más preocupante sobre la situación global que se está produciendo en relación con las dos velocidades, muy desiguales, a las que caminan la sociedad y las grandes empresas tecnológicas. Estas últimas están liderando un progreso tecnológico para el que no está preparada la mayoría de las personas, y para el que los gobiernos son, por una parte, lentos en actualizar la legislación que debería regular su funcionamiento y, por otra parte, reacios a hacer reformas que puedan dejar atrás a parte de la población por quedar “desactualizada”.
En la carta dirigida a los invitados a Davos 2019, K. Schwab advierte que «el mundo se encuentra en una encrucijada. Podemos seguir por la actual senda de puntos de vista polarizados, conflictos crecientes y numerosos problemas sin resolver, con lo que en el mejor de los casos terminaremos en una crisis mundial permanente. En el peor, degenerará en el caos con impredecibles consecuencias«. Si bien es cierto que la 4IR puede mejorar la competitividad de las organizaciones y del país donde operan, no lo es menos que requiere de competencias para las que no todos los ciudadanos están preparados. Si en la actualidad son imprescindibles profesiones que no existían hace pocos años, a corto plazo serán las que dominen cualquier modelo de negocio. Ello implica además que donde antes era necesario un número de trabajadores para ejecutar un proceso, en breve solo bastará un desarrollador y máquinas para llevarlo a cabo. Es decir, la sociedad se dividirá entre los que quedaron atrás en las habilidades tecnológicas y los que se hayan formado en ellas; o lo que es lo mismo, entre los ganadores y los perdedores en una nueva sociedad dominada por la 4IR.
El acceso a los ingresos quedará polarizado por una frontera marcada por la tecnología, de manera que se ampliarán los desequilibrios sociales, económicos, de acceso a los recursos básicos y de formación si los gobiernos no actúan con rapidez para regular la relación entre el sector empresarial y los ciudadanos, conciliando la maximización de las capacidades tecnológicas de las organizaciones con la necesaria inversión en las personas, en su formación y adaptación continua a los avances de la innovación.
Schwab pide a los ciudadanos y a sus representantes políticos construir juntos un “futuro que funcione para todos al dar prioridad a las personas para empoderarlas” y nos recuerda que “todas estas nuevas tecnologías son, ante todo, herramientas creadas por personas para personas«. El problema de esta última frase es que, para que fuera verdad, los departamentos de I+D+i deberían ser I+D+i+P. Es decir: Investigación, Desarrollo, Innovación y Personas. ¿conoce usted alguno que se llame así?
José Manuel Navarro Llena
@jmnllena