Llevo unos días releyendo mis reflexiones de los últimos años en este blog de La Ciudad Comprometida (aunque aún no os puedo decir porqué…) y hoy me detuve en algo que escribí hace tres años al hilo de una invitación de la Asociación de Amigos de la Biblioteca de Guadix (Andalucía, España) para que en una visita guiada le hablase a los más jóvenes del lugar sobre la esencia de la cultura mudéjar, tan maravillosamente presente en esta bella ciudad granadina.
Y recuerdo que «más allá de narrar sus características constructivas y arquitectónicas quise destacar lo que para mí es su verdadera grandeza: el mudéjar considerado como mezcla de culturas, como suma de conocimientos, como creación a partir de la integración de hechos culturales aparentemente antagónicos… El arte, así pues, convertido en paradigma de la convivencia» que los hombres de la sociedad de época (de manera no muy diferente a la actual) no supieron o no quisieron construir… «Porque las invasiones, las conquistas o los exilios que a lo largo de la historia se produjeron, han generado y siguen haciéndolo muchísimas injusticias y demasiado dolor. Pero, sin embargo, hasta los más sangrientos episodios de la historia, entonces como ahora, no han podido evitar que el conocimiento y la cultura de vencedores y vencidos, de dominantes y subyugados, de unas razas y otras o, como ocurrió en el antiguo reino de Granada y en las tierras de Guadix a finales del siglo XV y durante el siglo XVI, de las culturas hispanomusulmana, sefardita y de los reinos cristianos, hayan interactuado como una especie de fuerza centrípeta.»
«Y por eso el arte, o mejor la cultura mudéjar, que fue coetáneo con la colisión de reinos y potencias aparentemente antagónicos, y que incluso prosperó en una época en la que se produjeron algunos de los episodios más lamentables y absurdos de nuestra historia (la Inquisición y la expulsión de los moriscos y judíos de España), es sin embargo una maravillosa metáfora de que los hombres y sus culturas y costumbres deben estar por encima de las ambiciones de los gobernantes y de los conflictos políticos y geográficos… una metáfora, en definitiva, a favor de esa convivencia que el hombre aún no ha sabido construir, ya que hoy como entonces, se suceden una y otra vez guerras y colisiones tan cruentas o más que aquellas que se dieron en el sur de España hace algo más de 500 años…»
Y por eso, ahora que la sociedad internacional está tan sensibilizada por el horror de los sangrientos atentados de los islamistas radicales que recientemente han atacado a la sociedad española, he querido rescatar mis palabras a aquellos muchachos (y a los padres que les acompañaban), ya que «seguramente ningún lugar en el mundo como Andalucía (y por extensión a toda España), que se ubica en una encrucijada de mundos, de mares, de territorios, de culturas diferentes, ha sido invadido o colonizado tantas veces… y que sin embargo, lo que ha quedado de todo ello ha sido un mágico crisol de conocimientos, de razas y de costumbres. Y en ello, o precisamente como consecuencia de ello, radica la riqueza de nuestra cultura, de nuestro carácter abierto, de nuestra vocación conciliadora e integradora.»
Y por eso les dije, y hasta los más jóvenes me supieron comprender, «que allá por donde la vida me lleve repito, una y otra vez, que lo mejor que tengo es mi mestizaje…»