Sevilla nos roba

Marcha para reivindicar la autovía de la Costa en 2006, a la que solo acudió el convocante. / Ramón L. Pérez

Fue Enrique Cervera, portavoz del gobierno andaluz en la última etapa de Manuel Chaves, quien un día, a la entrada de la sala de plenos del Ayuntamiento de Granada, me definió con tino como un ‘granadino converso’. De aquello han pasado 17 años y, a punto de cumplir mi mayoría de edad en esta tierra, he comprendido que, además de las dos Españas machadianas, también conviven dos Andalucías. Y aunque todavía me delate mi seseo pronunciado, tengo por mérito ser el sevillano con más malafollá que ha conocido Paco Puentedura.

Cuando llegué a Granada me percaté de la sensación del agravio comparativo con Sevilla y también con Málaga. Es esta una provincia que tiene elementos diferenciadores para destacar sobre el resto pero que se ha visto relegada tanto en las inversiones como en los tiempos de ejecución de muchos proyectos.

En Sevilla se piensa de manera distinta; el mundo acaba en Los Arcos, el centro comercial que hay a la entrada de la capital por la A-92. Y, a menudo, los gobernantes andaluces -y también los opinadores- interpretan la actualidad desde este ojo de aguja. Mientras los sevillanos no perciben ninguna rivalidad, en Granada se ha incubado cierta antipatía hacia el poder administrativo y político que Sevilla representa.

Y es comprensible que, sobre todo en las dos últimas décadas, se haya extendido este sentimiento, porque el punto de partida era prácticamente el mismo. Cuando vine a Granada, esta provincia tenía unas aspiraciones similares a las de Málaga o Sevilla: la llegada del AVE, la culminación de las autovías, la construcción del metro o la capitalidad cultural; la verdadera, no la impostada con un vitola europea tan lejana como intangible.

Aquí se vive muy bien, pero se vive más lento. Y eso cuando se alcanza el objetivo, porque cuando empecé a ejercer el periodismo en esta ciudad en el año 2003 se escribía de una presa de Rules que aún no tiene tuberías; de un espacio escénico que nunca se construyó y ahora ha regresado a las promesas; de la autovía Córdoba-Badajoz; de la estación del tren y las vías soterradas; del cierre del anillo y la segunda circunvalación; o de la ampliación del Parque Tecnológico de la Salud, que sin trascender aún de su espacio original tiene edificios vacíos y una deuda millonaria.

Suelo recurrir al mismo ejemplo para explicar dos formas de ser tan diferentes como son las del sevillano y el granadino. Y a estas alturas tengo el crédito que me da haber vivido la mitad de mi vida en cada una de las provincias.

Empecé a escribir en el desaparecido Correo de Andalucía en 1998. Uno de los temas recurrentes en los periódicos era la construcción del Estadio Olímpico. No sé si habrá otra ciudad en el mundo que tenga estadio olímpico sin haber albergado nunca unas Olimpiadas. Pero a los sevillanos les bastaba con ver la foto de fondo en las televisiones locales a modo de carta de ajuste.

Al poco tiempo de estar en Granada, desde Motril convocaron una marcha hasta la capital para reivindicar la conexión por autovía. El litoral granadino fue el último en conectarse por vía rápida entre Algeciras y Francia. Las colas en la N-323 eran kilométricas y el daño para el turismo lacerante. La crispación en la sociedad granadina llegó hasta tal punto que a la manifestación acudió únicamente el convocante. El Gobierno colocó unos conos a modo de tercer carril y los granadinos aguantaron varios años con resignación viajar en caravana.

Conos en la N-323 para convertirla en 'autovía'.
Conos en la N-323 para convertirla en ‘autovía’. / Javier Martín

 

En Granada las cosas suceden y se cuentan de forma distinta; y eso no terminan de verlo en Sevilla. Le ocurrió a Susana Díaz, que estuvo meses sin pisar la provincia, escondida por las protestas sanitarias. Y ha vuelto a encallar el actual gobierno andaluz, cuyo consejero de Educación, Javier Imbroda, considera un «sinsentido» las protestas por el cierre -que ahora es no cierre- de los colegios rurales.

Por lo que me han contado, un centenar de asociaciones pretenden conjurarse para salir a la calle el 28 de febrero con crespones negros. Si tienen mayor poder de convocatoria que quien organizó la marcha de la autovía de la Costa, en San Telmo saltarán las alarmas y se preguntarán qué ha pasado. El casi cierre de los colegios rurales, la OPA hostil al Parque de las Ciencias o la envolvente a la Escuela de Salud Pública, por ejemplo.

Por más que me paseo por Sevilla, todavía no he encontrado ni la Alhambra ni Sierra Nevada, ni creo que me cruce con el Parque de las Ciencias. Por mi 50% sevillano nunca he percibido un céntimo del dinero que supuestamente se llevan de Granada. Y mi mitad granadina se ha expuesto muchas veces como periodista para reivindicar que traten a esta tierra como se merece. Junto al resto de mis compañeros me quedé como el del Batracio Amarillo que vino a pie desde Motril para colocar una pancarta en la Subdelegación del Gobierno.

Porque si Sevilla nos roba, hay veces que Granada nos mata.

2 Comentarios

  1. «tengo por mérito ser el sevillano con más malafollá que ha conocido Paco Puentedura.» Quico,debes reconocer enseguida que Paco Puentedura debe conocer a pocos sevillanos. No es que Sevilla nos robe es que nos administra.

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