El correlato de los miserables*

 

Hay personas que observan las reglas del honor

como se hace con las estrellas, de muy lejos

(Víctor Hugo)

 

Además del obvio interés por profundizar en los misterios del cerebro y cómo, a través del conocimiento de la actividad neuronal, podemos establecer aplicaciones a diversos ámbitos de la economía y de la empresa, una de las cuestiones que más me entusiasma del neuromarketing es la obligatoriedad de establecer un rígido cumplimiento del método científico a la hora de elaborar las hipótesis de trabajo a partir de la observación de la realidad, afrontar el estudio de las variables y sus relaciones a través de la experimentación, analizar los resultados procurando evaluar estos y las consecuencias de sus contrarios y, finalmente, elaborar unas conclusiones que puedan replicarse en diferentes condiciones.

Sin embargo, es bastante común encontrarse con trabajos realizados por profesionales, para diversas empresas y distintas finalidades, que suelen obviar este procedimiento para ir directamente a crear relaciones de causalidad entre dos o más variables. Sirva de ejemplo la activación de un núcleo neuronal específico como respuesta a un estimulo externo y la aparición de una reacción emocional concreta que nos conduzca a tomar una decisión de compra o de preferencia de una marca.

Este ejemplo, que puede resultar defendible para muchos responsables de marketing a la hora de presentar una propuesta de comunicación o de diseño de producto, adolece de uno de los preceptos fundamentales que estudiábamos en estadística: “Cum hoc ergo propter hoc”; es decir, la correlación no implica causalidad. O dicho de otra forma, que una variable B crezca o disminuya cuando lo hace igualmente un suceso A indica que existe una correlación estadística entre ambos eventos, pero no que exista una relación necesaria entre la causa y el efecto.

Pues bien, la correlación suele esgrimirse como razón sólida para adoptar determinadas decisiones, no sólo en el ámbito descrito más arriba, sino en otros donde las consecuencias son más graves. Y ahora me refiero al famoso informe realizado por los prestigiosos economistas de Harvard C. Reinhart y K. Rogoff, publicado en la American Economic Review, con el que quisieron demostrar que cuando la deuda de un país supera el 90% del PIB, el crecimiento de la economía de éste se ralentiza de tal manera que se hace inviable. Esta correlación entre deuda y crecimiento ha implicado que los gobiernos de la mayoría de los países europeos (con los miembros de la troika al frente) hayan establecido una férrea campaña de austeridad y recorte del gasto sin precedentes para intentar paliar ese “teórico” decrecimiento de la economía.

Pero curiosamente, un alumno de postgrado de la Universidad de Massachusetts, T. Herndon (avalado por sus profesores M. Ash y R. Pollin), desmontó la teoría de Reinhart & Rogoff con una sencilla comprobación del método estadístico usado y la detección de errores (¿intencionados?) en las fórmulas barajadas para el cálculo de algunas variables. De hecho, el resultado debería haber sido bien distinto al defendido por aquellos antiguos directivos del FMI, como así lo demostraron Canadá, Australia y Nueva Zelanda al crecer en períodos de alto endeudamiento.

En cualquier caso, es bastante presuntuoso por parte de tan insignes economistas (N.N. Taleb les denominaría “fragilistas”) el hecho de correlacionar los niveles de deuda con los de crecimiento para adoptar decisiones que van contra el estímulo económico de un país, porque recordemos…“cum hoc ergo propter hoc”.

Llegados a este punto, una anécdota: en la universidad de T. Herndon, usando un acrónimo con las iniciales de los apellidos de él y sus dos profesores (HAP), entre los alumnos se ha adoptado la expresión “to get happed” para indicar algo así como “señalar los errores”. Ello me recuerda la frase de Machado, en boca de Juan de Mairena, cuando decía “los períodos más fecundos de la historia son aquellos en los que los modestos no se chupan el dedo”.

Si aterrizamos ahora en nuestro ámbito nacional, una de las consecuencias de aquel informe y de las medidas impuestas por la troika ha sido la fuerte reestructuración bancaria, que ha supuesto el cierre de miles de oficinas y el despido de decenas de miles de trabajadores especializados, que difícilmente podrán ser reconvertidos a otras profesiones. Y adicionalmente, ha representado la inyección de más de 41.000 millones de € a la banca para que ésta hiciera bien sus deberes: generar beneficios suficientes para mejorar sus ratios de solvencia (pasando a reservas una parte importante del capital generado), deshacerse de los activos tóxicos cediéndolos al SAREB y hacer circular el crédito a la administración en lugar de a las pymes y a las economías domésticas. De hecho, el BCE acusa a las actuales entidades financieras de usar el dinero que les ha prestado para comprar deuda pública y obtener un pingüe diferencial de rentabilidad en lugar de financiar al sector privado.

Es posible que esta situación de correlación ficticia entre diferentes variables haya que analizarla desde otra perspectiva para entender qué está sucediendo realmente. Y a ello, en estadística, se le denomina “falacia de dirección incorrecta”. Es decir, si C. Reinhart y K. Rogoff determinaron que un endeudamiento superior al 90% del PIB implica necesariamente una ralentización de la economía y para ello hay que establecer fuertes normas de austeridad (para las clases trabajadoras, claro), según la falacia de dirección incorrecta se invierten los términos de esta relación, de manera que una desaceleración de la economía puede implicar un incremento de la deuda pública por encima del 90% del PIB.

Y para romper esta regla, la mejor solución (dicho de forma simplificada) es bajar la capacidad económica de los ciudadanos e incrementar el nivel de paro, para que la banca en general pueda pedir dinero al estado (a un interés bajo) para cubrir las pérdidas por impago de los préstamos dados a esos ciudadanos y, con esas ayudas, comprar deuda del estado (a un interés más alto) y obtener un margen neto de rentabilidad importante.

Las matemáticas tienen una aritmética muy simple y unos resultados muy dolorosos. En la ecuación anterior, el efecto es el empobrecimiento de los ciudadanos, la pérdida de sus hogares y del empleo (en muchos casos) y, para compensarlo, las entidades financieras se quedan con sus viviendas, con las domiciliaciones de los subsidios de desempleo, con las ayudas del gobierno y con los beneficios de mercadear con éstas.

Estimado lector, espero no me malentienda, cuando me refiero a entidades financieras no me refiero a las instituciones conocidas como bancos y cajas de ahorros (ya desaparecidas) sino a las personas que las lideran o han dirigido, directivos sin escrúpulos con una desmedida ambición personal que han ayudado a engrandecer esta crisis hasta hacerla la aliada de las clases más ricas.

No sé ahora, pero hace unos años, para prosperar laboralmente en las entidades financieras, había que realizar una serie de oposiciones internas en las que se exigían conocimientos de derecho civil y mercantil, entre los que se contemplaba la figura del “contrato de depósito miserable”, que era aquél que al venir impuesto por ley o por una situación de necesidad padecida por el depositante, determinaba la agravación de responsabilidad criminal del depositario en caso de apropiación de las cosas depositadas. Pero me temo que esta figura ya ha desaparecido de los temarios (y, por supuesto, de la mente de bancarios y banqueros) y de la jurisprudencia actual a tenor de cómo se trata a depositarios y depositantes.

Tras todo lo anterior, le animo, estimado lector, a que ahora encuentre la correlación entre el % de endeudamiento sobre el PIB y el estancamiento real de la economía.

 

*   Nota 1. Correlato: Término que corresponde a otro en una correlación.

Nota 2. En este caso miserable, según la RAE: mezquino (que escatima el gasto), perverso, abyecto, canalla. O como escribiera V. Hugo en Los Miserables, «ciertas personas son malas únicamente por necesidad de hablar. Su palabra necesita mucho combustible y el combustible es el prójimo».

 

José Manuel Navarro Llena

@jmnllema

 

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