Me hago cargo de que la deprimente situación en que se encuentra el país, y las terribles consecuencias que está teniendo sobre las economías domésticas, está convirtiendo al fútbol en una válvula de escape en la que vomitar frustraciones. En una vía abierta para soltar el lastre del día a día y la desesperación que supone que los gobernantes no hayan  tenido más imaginación, para paliar los efectos demoledores de la crisis, que recurrir a la tijera y el recorte de todo tipo de derechos. Esto es así y lo reconoce hasta Rajoy.  

Ahora bien, lo que debería ser  un escenario de felicidad y de orgullo propio entre tanta basura, el estadio de Los Cármenes, se está convirtiendo cada quince días en una caldera. Y el hecho de que el Granada CF no esté sacando los partidos adelante, en la coartada principal para que una serie de sujetos ya identificados no paren de cargar contra el presidente Quique Pina, aquel al que precisamente se debe que ver en la ciudad al FC Barcelona o el Real Madrid no sea una posibilidad limitada a abonarse  plataformas digitales.  

Me pregunto a qué responde tanta ira, quién la fomenta y  con qué fines, así como también donde se encontraban aquellos exaltados en las tres últimas décadas, que es cuando el Granada CF desfilaba por Segunda B y Tercera, gracias precisamente a la deplorable gestión de directivos que ahora se atreven a dar lecciones ante la curiosidad de quienes no han conocido de sus fechorías.

Hoy por hoy, en Granada tenemos tres elementos de los que presumir. Sierra Nevada, la Alhambra y un equipo de Primera que no sólo da trabajo, sino que curiosamente es envidia en toda España por su situación económica y la presteza con la que se levantó desde el mismo umbral de la desaparición.  Y ahora, en la mano de cada cual queda que pueda seguir siéndolo así durante muchos años. Pero ojo, la indiferencia y la permisividad no valen. Avisados estamos.