El técnico ex rojiblanco Ismael Díaz Galán los llamaba precursores del mal y profetas del desastre. Y el presidente del Granada 74 SAD, Carlos Marsá, desanimadores oficiales. Así ambos se referían a aquellos que daban por consumado un mal antes de que efectivamente se concretara. Y todo, tocando la moral, tratandote de colar de ‘tapadillo’ cualquier tipo de ‘doctrina’.
Viene esto a cuento porque hoy me he dedicado a un ratito a observar redes y foros. No es mi costumbre, pero de vez en cuando está bien. Y he observado que no pocos aficionados se han erigido ya en capitanes del tanque de la derrota final del Granada CF. Algunos, por simples sensaciones, por la acumulación de tropiezos, por lo que se puede percibir a través de la pura realidad. Pero otros, que son de los que me ocupo, a través generalmente del “ya lo dije yo”, que es lo que viene a sustentar sus reflexiones con una moraleja más o menos oculta y frecuentemente interesada. Son anunciadores oficiosos, y con retranca, de lo que efectivamente puede estar por ocurrir: que el Granada CF se vaya a Segunda como consecuencia de una temporada que está resultando muy mala. Un argumento que es muy válido, pero que para ellos es solo una excusa.
Ahora bien, frente a todos los anteriores, también detecto a otros más pragmáticos que aguantan las embestidas como pueden. Que se resisten a dar por concretado el fuerte varapalo y se aferran a aquello de que mientras “hay vida hay esperanza”. Y son esos a los que aplaudo. Porque aunque son conscientes también de lo difícil de la situación, y de los errores cometidos, no buscan colgarse una medalla ni tampoco alistarte a determinados ideales, sino apoyar y ayudar a salvar a su equipo. Se agarran a las posibilidades matemáticas y siguen defendiendo sus argumentos en el marco del respeto que merecen todas las opiniones.
Tienen mis simpatías, sí. Porque aunque es una verdad como un templo que el tema está jodido, el Granada CF se tiró muchísimos años fuera de Primera, en concreto 35, como para entregar la cuchara antes de que la sentencia pueda ser firme.