Las bicicletas  

Estamos en esa semana previa que sin ser lo es. Semana de almuerzos y cenas navideñas, sin ser navidad; de lotería, sin que nos haya tocado (aún). Semana de elecciones catalanas, que hasta mañana no se celebrarán; semana de compras, sin rebajas; de llenar frigoríficos y armarios, pues los grandes comercios se han empeñado en hundir a los pequeños y ya nos hacen vivir unas aparentes rebajas permanentes. Siempre los grandes se comieron a los chicos, pero ahora el gobierno les ha facilitado el proceso con afiladores de colmillos legales. Lo mismo ocurre con los trabajadores, que pueden ser despedidos casi gratuitamente, por mirar cuando no toca, por callar, por hablar o porque al jefe le da la gana. Es la semana de los deseos en ciernes, y los reyes, los Magos, no los otros (que esos ya están aunque pidan repúblicas a veces hasta los mismos aspirantes), ya están preparando los camellos los de cuatro patas, que los otros están colocando. En Granada en la próxima cabalgata van a echar buenas intenciones, a ver si se nos van pasando las ganas de romper, robar, volear y revolear las bicicletas amarillas, que aunque hay quien dice que cien son lo normal en un mes, a mí me parece un disparate y una imagen de la falta de educación de parte de esa población que puebla nuestras calles. Camellos cargados de paciencia, aunque los escribanos no lo pidan en sus cartas a Sus Majestades, una paciencia infinita hacia esos cuatreros que se han empeñado en que aquí llegue antes un camello que un tren; cuatreros, sí, porque ellos galopan en caballos desbocados sin que nadie los frene, cada día más empoderados por su propio poder, un poder que otrora era prestado, pero que se lo han quedado para sí por todos los siempres, y si se rechista piden ceses, dimisiones, y la calle como mal menor, esa misma calle por la que circulan con caras de alegría los buenos usuarios de esas bicicletas que llenan los carriles bicis, timbrando a quienes se acostumbraron a pasear por ellos a falta entonces de estos prototipos amarillos. Sí, los Magos de Oriente, que al llegar cada año por donde debiera llegar el AVE ven la sierra blanca y pálida, y la Alhambra tan rojiza y hermosa como siempre, y los miles de millones de turistas que han encontrado en Granada la ciudad secreta de los auténticos reyes nazaríes, que los atrae ahora en busca de tapas y calles que se dejan pasear, aunque menos por las aglomeraciones de tantas gentes deseosas de descansar y conocer lo que bien podría enseñárseles. Y uno que esta semana cumple los veinte años asomado a estas páginas, espera que mañana los votantes catalanes sean sensatos y libres; que la lotería le toque a todos los que la han comprado, y que las bicicletas se conviertan en reinas sin corona, y su republicanismo consiga que esta ciudad se abra definitivamente a algo nuevo sin destrozarlo ni destronarlo.

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