La tapa del agua

Que las anécdotas ocurren en cualquier momento, que donde está el cuerpo está el peligro, que la malafollá no es cosa exclusiva de los granadinos de Granada, que se reparte por todo el territorio, aunque los nazaríes se lleven la fama, y que el no saber es como el no ver, son cosas que son evidentes de forma especial en periodos estivales, cuando las calores aprietan y el personal se acerca allá donde el cuerpo pueda encontrar un poco de frescor. Y así, en plena bulla de agosto, en uno de los bares más chicos de la geografía granadina, pero con mayor número de parroquianos por centímetro cuadrado, alguien pidió unas cervezas y un vaso de agua. Pepe, el regente de la capilla, atendió al visitante, que no parroquiano, y acto seguido le puso las tapas correspondientes a las cervezas, a lo que el cliente le preguntó viendo que, según sus cuentas, le faltaba una tapa que si para el vaso de agua no había tapa, sardinas en cuestión. Pepe, con la malafollá que lo caracteriza, le dijo que el agua no tiene tapa, refunfuñando por lo bajo que solo le faltaba ponerle tapa al agua. Anécdota aparte, es cierto que nuestra tierra es acogedora, y que intenta, cada vez más, que quien la visita se encuentre cómodo en ella, si bien a veces es difícil, más por el grado de exigencia, o de desconocimiento, que por la simpatía o falta de ella. Granada ofrece un sinfín de opciones que el visitante va descubriendo, y la restauración es una de ellas. Hay espacios que se han dedicado casi exclusivamente al turismo, y se nota, sobre todo cuando el lugareño llega hasta ellos, que a veces se puede sentir como forastero. Pero otros mantienen la más auténtica tradición en sus servicios, en su trato, en su secular atención a los de siempre. Son esos lugares en los que cuando ven entrar al vecino, que es mucho más que cliente, ya saben lo que va a pedir, cuál es su preferencia. Y el vecino encuentra aquí un trozo de su vida, de su tiempo. Tal vez son estos los espacios que se están perdiendo, sobre todo en las poblaciones más grandes. En los pueblos, sin embargo, la vida sigue con una secuencialidad casi mística. Y es el verano el tiempo más propicio para encontrarlos, para degustar su afabilidad, su gastronomía, su paz. Granada tiene ciento setenta municipios, y decenas de aldeas en las que aún se pueden oír los grillos al anochecer. Pueblos que van celebrando sus fiestas en estas épocas, que van organizando sus actos para que los paisanos tengan algo nuevo que paladear cuando el frescor de la noche llama a la calle. Lugares en los que refugiarse, y también encontrar costumbres que desde otros lugares pueden parecer perdidas. Y Granada, la provincia, los tiene a decenas. Es cosa de buscar algo diferente.

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