Que nadie se tome a broma las protestas de quienes trabajan el campo. Van en serio, pocas veces han ido tan en serio, no pueden más. Y no por la dureza del trabajo, ni por la dependencia de fenómenos ajenos en su producción. Ni siquiera tratan de querer ganar más dinero. No protestan para que la gente sepa que existen. No, lo hacen para exigir respeto a su labor, ese trabajo que precisa 365 días cada año, que da los frutos que comemos, que eleva la renta de este país, que permite tener estanterías en comercios, sean grandes o pequeños, repletas para que nuestras neveras respondan a nuestras necesidades. No, no lo hacen por eso. No, lo hacen para pedir respeto e igualdad. Sí, en pleno siglo XXI, el de la generación digital, en el que todo parece poder conseguirse pulsando una pantalla. Respeto a un trabajo que mantiene a las personas donde están, a los consumidores satisfechos, a las grandes superficies como dadoras de productos que no producen. Respeto porque lo sería que cada trabajo tuviese su beneficio, un beneficio razonable a quien lo ejecuta. Y eso no ocurre. No quieren ser ricos, ni pretenden subvenciones. Solo quieren ser respetados y que la sociedad se dé cuenta de que come gracias a su esfuerzo. Y ellos también tienen que comer. Cada día, aunque no llueva. Al campo le estamos secando las raíces, y no se quedarán quietas sus gentes, por la igualdad.