El racismo es una realidad que lamentablemente persiste e incluso se recrudece en algunos ámbitos sociales, como el político. En Italia, lo está pasando mal la actual ministra de Integración, Cecile Kyenge, no por su gestión política sino, sencillamente, por ser negra. Si una ministra es objeto de comentarios y actos violentos por el color de su piel podemos imaginarnos qué le puede ocurrir a un modesto vendedor de imitaciones o a un pobre mendigo errante.
Cecile ha sido comparada con un orangután por el vicepresidente del senado, Roberto Calderali, y ha tenido que soportar, recientemente, el lanzamiento de plátanos contra su persona. Todo esto es reflejo de una sociedad xenófoba, cruel e intolerante que persiste y anida, fundamentalmente, en espacios de Forza Nuova y de la Liga Norte en una unidad europea aparentemente homogénea y democrática. Es inexplicable que el conjunto de las organizaciones políticas y las autoridades italianas estén permitiendo el continuo acoso a esta mujer en su condición de ser humano y por su estatus como ministra.
Los ataques persistentes a Cecile son además un mal ejemplo social y, sin duda, pueden estimular las actividades violentas de grupos intransigentes que permanecen en estado de letargo pero que pueden despertar alentados por la actitud reprobable de cargos públicos que practican el patrioterismo de la barbarie.
La ascensión a la Casa Blanca de un hombre negro fue, en su día, no solo la esperanza de nuevas políticas sino la demostración del ‘milagro americano’, que limpiaba muchas malas conciencias eternizadas en el odio, la venganza y la muerte a la raza negra.
Hasta llegar Obama a la presidencia de los EE UU de América, muchos lucharon por la igualdad, la justicia y el respeto a los derechos humanos, perdiendo incluso su vida.
En estos días, cuando el político sudafricano Nelson Mandela, que lideró los movimientos contra el apartheid y sufrió veintisiete años de cárcel, sigue dando ejemplo de lucha en una cama hospitalaria, la congoleña Cecile no debe caer en la debilidad.
Querida ministra, usted que es oftalmóloga, mire con ojos ignorantes la ignominia y el desprecio de quienes la atacan. Haga su trabajo en favor de los demás y hágalo sin complejo, porque estoy seguro que quienes la increpan y critican no alcanzan a tener el cerebro pétreo de la mitológica, Luperca, la loba que amamantó a Rómulo y Remo.
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Siempre hay que defender la libertad de sexo, de razas, de gustos y de verdades contrarias a las mías; y también hablemos de culturas respetuosas con lo humano!!! Por tanto respeto por todo lo humano y cristiano!!!