Pinchazos expiatorios

Yo no sé lo que ocurre con los teléfonos móviles, pero desde que Obama nos metió el pincho por el terminal, me duele decirlo, noto algo raro. Es como cuando por primera vez me pusieron la vacuna aquella de difteria, tétanos y tosferina, no lloré pero sentí que me pinchaban.

¿Por qué esa manía de pinchar so pretexto de que es saludable para sobrevivir? Los americanos dicen que es bueno lo del pinchazo porque es para controlar a los malos. Lo cierto es que llevo como un año con problemas en el teléfono y me ocurre que cuando voy a decir algo medio importante me suenan unos armónicos endiablados y se interrumpe la llamada. Es como un coito interruptus, que me obliga a marcar y establecer nuevo contacto por si hay suerte. A veces el tono decae y hay que remarcar. Tengo el dedo pulgar encallecido, como los «tocaores» de guitarra, de tanto marcar y remarcar el número que nos pinchan. Las compañías telefónicas se enriquecen por la reiteración y los servicios de inteligencia controlan, con mayor facilidad, nuestras conversaciones.

Pero eso es muy antiguo, digo lo de pinchar en los teléfonos. Porque en época reciente fue espiado el mismísimo jefe del Estado, osea, el Rey por nuestros propios espías. Nosotros tenemos espías de toda la vida. Los hay, como los helados de todos los gustos, políticos, industriales, bancarios y matrimoniales. Como en el mundo entero.

El hecho de que a la Merkel y otros mandatarios le hayan pinchado el teléfono es tan viejo como el cuento de «El gallo pelao», pero ha creado una actitud de indefensión verdaderamente chocante. Lo que ocurre es que con las nuevas tecnologías toma una dimensión el asunto que asombra al ciudadano de a pie, por el volumen de escuchas, pero que no debe sorprender a ningún gobierno o servicio de seguridad. En la época de Franco, Carrero Blanco organizó a los «Gómez», que eran los espías del chismorreo y luego, en democracia, Guerra, el vicepresidente socialista, los mantuvo. No tenía sentido romper la tela de araña del «chuchurri».

Donde hay más espías y escuchantes de lo ajeno es en las comunidades de vecinos. Es difícil escapar al seguimiento de algunos vecinos. Lo saben todo mientras tú eres ajeno a todo. No tienen necesidad de pincharte, les basta con poner la oreja o el olfato. La espía que llegó del frío me abordó los otros días por las escaleras de mi domicilio, -cuando yo hacía aerobic de peldaño- y me dijo: «Loewe clásica». Y me acordé que tenía que autopincharme con la vacuna de la gripe antes de que el ministro Margallo rompa relaciones diplomáticas con EE UU y llegue el maligno virus.