La histórica coincidencia nos ofrecía un «jueves reluciente más que el sol», al amor de los amores, al reino de España y al coso de la tauromaquia. Con la natural expectación hubo que dosificar los acontecimientos y seguir con entusiasmo, en el tiempo y el espacio, el ritual y la liturgia correspondientes.
El cartel taurino con la reaparición de José Tomás había imantado a la afición y a los curiosos, venidos de diversos lugares que a mediodía disfrutaron de la ciudad gastronómica. Tan abarrotada estaba la plaza que la banda de música que anima los festejos con las notas de viejos pasodobles se comprimió compactada para dejar huecos al respetable. No cabía una almohadilla de diseño de las que se portan de casa para que las posaderas no sufran la dura piedra del tendido.
La fiesta nacional por antonomasia hace posible unir de sol a sombra a amplios sectores sociales y cosmopolitas de la sociedad, sobre todo, si entorno a un torero diferente se fragua una leyenda de realidad apasionada. En Granada aclamaron al de Galapagar ricos y pobres, perlas del famoseo y antitaurinos por imperativo partidario. Todos aplaudieron y vitorearon al diestro de moda como un solo hombre en la Monumental de Frascuelo alborotada de generosas adhesiones reclamando con blancos pañuelos algunas orejas. La afición cuando se empecina es capaz de abroncar a la presidencia si ésta no accede al trofeo. Una plaza de toros enfurecida es más peligrosa que una manifestación de «gamonales». Pero no estuvo la tarde para mucho obsequio tal vez porque el ganado, en general, amansó el festejo e impidió el lucimiento de los espadas.
Sabía, por un comentario que me llegó del veterinario de la plaza, que el quinto de la tarde tenía fuerza y bravura y así fue desde que salió por toriles. Nos dio un buen susto cuando volteó a José Tomás, por perderle la vista, y lo dejó tendido en el suelo boca a bajo sin movilidad. Todos pensamos lo peor, incluso el prestigioso cirujano Pablo Torné que corrió hacia la enfermería para recibir al torero. Luego, ya es sabido, reapareció por fortuna a los pocos minutos por el callejón con paso sereno y, con el dolor de las lesiones, mató al morlaco que estuvo a punto de elevarlo a la gloria. Me decía Félix Rivadulla, nuestro subdirector, que habíamos asistido, en unos segundos, a la vida, muerte y resurrección del toreador.
José Tomás no deja indiferente a nadie es un torero artista, con elegancia, valentía y pundonor que ha dado un nuevo impulso a la fiesta y ha regenerado la afición por los toros en un momento de letal monotonía y desprecio por quienes tratan de que desaparezca.
Y sobre todo hay un hecho local impagable que ha sido la repercusión mediática y económica que ha propiciado a Granada.