La polémica suscitada entre el escritor Arturo Pérez Reverte y el ministro de Educación, Cultura y Deporte, José Ignacio Wert en torno al estudio y conocimiento obligatorio, entre los escolares, del libro «El Quijote», me trae a la memoria aquel cuento que cuentan que cuento del viejo inspector de Enseñanza que visitó una escuela rural para evaluar el trabajo del maestro y el rendimiento de los alumnos. El docente funcionario se dirigió a los escolares y les dijo: «He recorrido muchos kilómetros en tren para conoceros y para conocer vuestra formación porque, sabed, que sois el futuro de España. Por eso quiero que me respondáis, todos a una: ¿Quién escribió «El Quijote»»?
Se produjo un breve silencio y tras él, entre sollozos y gritos, los pequeños exclamaban. «¡Nosotros no hemos sido! ¡Nosotros no hemos escrito nada! Pregúntele al maestro!». El inspector se volvió hacia el instructor y mirándolo fijamente a los ojos le inquirió: «¿Usted sabe quién ha escrito «El Quijote»»? «No lo sé señor inspector, ?respondió? pero le puedo asegurar que no le mentimos. Ni los niños ni yo hemos escrito nada». Se marchó cariacontecido el inspector de la escuela y camino de la estación se cruzó con el cura del pueblo y se le ocurrió preguntarle: «Padre, perdone, por curiosidad, me podría decir ¿quién escribió «El Quijote»? El sacerdote le contestó que pondría la mano en el fuego por todos y cada uno de los parroquianos y que ninguno de ellos lo había escrito. Desolado, el inspector, llegó a la estación y militarmente fue saludado por el comandante de puesto de la Guardia Civil. El probo funcionario desolado recurrió a la capacidad investigadora del agente de la autoridad y preguntó de nuevo: «¿Tiene usted conocimiento, señor guardia, de quién escribió «El Quijote»? «No señor ?respondió con firmeza el guardia civil? si lo supiera ya lo habría detenido y puesto a disposición de la autoridad judicial».
El vehemente, apasionado y apasionante reportero, escritor y académico, Pérez Reverte, le ha salido, una vez más, la vena de caliente sangre española y como, a veces, la letra con sangre entra, ha pretendido cimbrear la testa del ministro Wert para alertar de un hecho lamentable pero que viene de lejos y es que en los planes de estudios, que cada partido se inventa cuando llega al Gobierno, no figura como lectura y análisis obligatorio la novela de las novelas. Ciertamente es lamentable que los jóvenes y menos jóvenes se pierdan la maravillosa oportunidad de gozar de la lectura y enseñanzas de la mayor joya de la literatura española y de uno de los libros más traducidos en las distintas lenguas del mundo, entre ellas la Guaraní, cuya edición aparecerá el próximo año coincidiendo con el 400 aniversario de la segunda parte de la inmortal obra.
Sin quitarle un ápice de sus argumentos y de justificados cabreos a Pérez Reverte, por defender algo tan esencial y simbólico para nuestra cultura, yo le invitaría a que visitase, por ejemplo, la facultad de Ciencias Políticas de la Complutense, que ahora está de moda por cuestiones ajenas a la cátedra pedagógica, y en reunión asamblearia propusiera al alumnado desde el estrado: «Quien se haya leído «El Quijote», que levante la mano».