Sin duda el hecho más curioso, por ser inusual, durante la campaña electoral que hoy culmina con el veredicto popular en las urnas, ha sido la piadosa irrupción mitinera de dos monjitas que lejos de aportar sus oraciones y cánticos religiosos por la paz y el bien de la comunidad cristiana, han expresado sus reivindicaciones políticas secesionistas sin la menor pereza, saltándose a la comba las reglas de sus respectivas órdenes.
De las dos hermanitas destaca, por su desparpajo mediático, sor Lucía Caram, la argentina dominica contemplativa, que dejó las contemplaciones, para alentar con un discurso izquierdista la soberanía catalana. La otra monjita es sor Teresa Forcades, que debe de haberle picado el gusanillo y pronto abandonará los hábitos para figurar como candidata de la plataforma independentista Proce’s Constituent en las elecciones septembrinas que pueden acabar con Más de uno.
La presencia de las religiosas en los comicios, especialmente la de Lucía Caram, tan parcial y sectaria, me trae a la memoria a la donostiarra Catalina de Erauso, conocida como la «Monja Alférez», cuyas vidas no tienen ningún paralelismo pero sí un punto de coincidencia: la lucha.
La pobre Catalina, que a juzgar de sus biógrafos no era muy agraciada, se vio obligada por sus padres a ingresar en un convento con la finalidad, se dice, de asegurarle su desposorio con Dios. Pero a principios del siglo XVII, ya novicia, huyó del convento, se transfiguró haciéndose pasar por un hombre y se enroló como soldado a la conquista de América. Eran otros tiempos. Una época en la que las mujeres no tenían acceso al mundo dominado por los hombres. Lo cierto es que buscó su libertad, abandonando la vida de impuesto recogimiento, luchó con valentía y afrontó con dignidad su identidad cuando se descubrió, -tras un sin fin de peripecias- que era una mujer. En su tiempo, aunque fue algo pendenciera, alcanzó gran popularidad y reconocimiento social hasta el punto de ser recibida en el Vaticano por el Papa.
Aunque el hábito no hace al monje si parece que en un estado aconfesional, las hermanitas independentistas sor Teresa Forcades -que abrazará la militancia política próximamente para enarbolar la «estelada» de colores y símbolos prestados-, y sor Lucía Caram -que más temprano que tarde igualmente se intuye que abandone el convento- no hagan trampa y por ética y estética se desnuden y aparezcan en público con otros hábitos más laicistas. ¿Qué habría ocurrido si dos monjitas de la caridad, con sus hábitos reglamentarios, hubieran participado en un mitin electoral exhibiendo la bandera roja y gualda gritando consignas sobre la unidad de España?
Hoy, por fortuna, la mujer goza de los mismos derechos y obligaciones que el hombre y por lo tanto ni la hermana Teresa ni la hermana Lucía, ?que no están obligadas a permanecer en la disciplina conventual de sus respectivos institutos?, se verían sujetas a ninguna huida disfrazada de jovenzuelo, como la «Monja Alférez» para expresar libremente sus opiniones y emprender cuantas luchas democráticas se les antojen. Por lo que, por coherencia, las hermanitas, deberían despojarse de signos y símbolos que habitualmente ostentan, por su condición de religiosas de diferentes órdenes, cuando vienen actuando como activistas políticas con el hipócrita y complaciente aplauso de algunos sectores anticlericales.