He oído alguna voz no sé si autorizada, aunque tímida, que las intenciones del Partido Popular Andaluz será no mirar el carné de identidad a ningún candidato que forme parte del listado a las próximas elecciones generales. Me parece que la decisión, de ser cierta, es buena e inteligente porque dentro y fuera de las formaciones políticas, hay mayores con capacidad, honestidad, solvencia e imaginación para aportar sabiduría veteranía y experiencia en el ejercicio de la vida pública. Está claro que es útil y necesaria la sabia nueva en las formaciones políticas y en toda empresa pero no es menos cierto, por lo visto y conocido, que la edad biológica no es un seguro de garantía en la tarea de trabajar, con éxito, por el bien social.
En EE UU se respeta la edad y jamás es rechazada una persona, mujer u hombre, por el carné de identidad. Donald Trump, con 69 años, al margen de ser asquerosamente multimillonario y un excéntrico, aspira a presidir, por el Partido Republicano, la Casa Blanca. Su última propuesta es bajar los impuestos a todos, incluso a los pobres. Es acojonante. También hay periodistas octogenarios como Manuel Alcántara o Tico Medina, que tampoco han cerrado la pluma por vacaciones y nos regalan, con admirable excelencia, sus artículos diarios. Actores como Arturo Fernández, 86 años, que se sigue subiendo al escenario como lo hace el virtuoso tenor Plácido Domingo, 74 años, o el incombustible Raphael, que con, 72 «tacos» armó el taco en el Teatro Real con la sinfónica de RTVE. La explosión sensual jovial 2015 ha sido la de Mario Vargas Llosa, 79 años, apasionado por la «china», que, con 65 primaveras, es aún presa codiciada por algunos. Don Mario, académico de la lengua, ha perdido la cabeza por Isabel Presyler sin abrigar la esperanza de poner una pica en Flandes, supongo. Aunque el maestro Segovia, I Marqués de Salobreña, que ensalzó la guitarra clásica a un lugar de honor instrumental, tuvo a los 76 años a un cuarto hijo con su tercera mujer, Emilia Corral, alumna suya cuarenta y cinco años más joven que él. Y la serena jovialidad de la reina Isabel II, 89 años, la «roca» de la estabilidad del Reino Unido, que observa con íntima satisfacción cómo va envejeciendo, saludablemente, su hijo Carlos. Este verano que acabamos de despedir me conmovió con cierta perplejidad el activismo del jovial tipo de 73 años que, en una ciudad francesa, se subió a un poste de cincuenta metros –cerca de unos cables de línea eléctrica de 400.000 voltios–, pidiendo a gritos la vuelta del presidente de la república general de Gaulle. Algo improbable.
Algunos se subirían al poste de la hispánica alta tensión pidiendo la vuelta del presidente Aznar. Algo probable. Aunque,como dice el jovial Valentín Fuster, no hay que desgastar el corazón en tonterías. Un mayor con jovialidad ejemplar es el santo, en vida, Francisco, que no sólo no se fue a Castelgandolfo a descansar –donde reside el meritorio urdidor intelectual de la renovación vaticanista–, sino que se ha pegado un tute por las Américas conmoviendo, evangelizando y emocionando a muchos creyentes y no creyentes. Cansado, pero humildemente orgulloso, a su vuelta al Vaticano el Papa inicia desde hoy el Sínodo de la Familia en el que los obispos tratarán, entre otros dos asuntos controvertidos, la comunión de los divorciados que se han vuelto a casar y los homosexuales. Ya se han expresado sobre el documento, críticamente, algunos cardenales inmovilistas, como el triste y emérito Rouco Varela, de quien no se conoce la misma beligerancia, curiosamente, sobre la leprosa maldición de la pederastia dentro de la Iglesia.