Antes, en las bodas de familias de renombre y alto copete no solía faltar, entre los invitados, algún ilustre pariente o amigo íntimo general que con orgullo castrense lucía en los fastos del himeneo su uniforme, con las condecoraciones correspondientes, independientemente de su situación activa, reservista o de retirado. Buena cuenta solían dar los «ecos de sociedad» que en periódicos y revistas, –especialmente Hola–, publicaban una fotografía de grupo captada en las escalinatas de la iglesia o en algún romántico jardín donde, en torno a los recién casados, de manera destacada, se observaba, al general, con la apostura reglamentaria.
Luego vinieron las bodas de alto «standing», vamos, las de los nuevos ricos, y entre los chicos del «pelotazo» no era fácil encontrar ni familiares, ni amigos generales. Pero, como el dinero lo puede casi todo, si a la novia se le antojaba y le hacía ilusión tener como invitado a un general en su enlace, el padre contrataba a un «actor de carácter», que con uniforme, fajín y medallas, que alquilaba a la sastrería Cornejo, daba el pego de distinción entre los asistentes y, por supuesto, se sumaba al retrato de familia, que luego aparecía en el papel cuché que, en definitiva, era lo que más importaba.
Con el calor del denominado, «veranillo de San Martín», cuyas temperaturas superarán en algunos lugares los 25 grados, se han disparado las alarmas dentro y fuera de la familia militar. Dice el refranero que «el veranillo de San Martín reaviva a los viejos». No sé si será verdad la popular aseveración. Lo cierto es que él, hasta el pasado viernes general José Julio Rodríguez, ex Jemad, estará en las listas de Podemos y acudirá, no al enlace, sino al desenlace del próximo 20 de diciembre, fecha en la que España celebrará, quizá, una de las más importantes elecciones generales de la moderna democracia.
En la memoria de muchos, tras conocerse el ofrecimiento del general Rodríguez a la etérea y confusa formación política, reaparece vigorosa y ejemplar la imagen de Manuel Gutiérrez Mellado, que tanto hizo en la transición por la modernización y actualización de nuestro glorioso ejército, pese a las duras críticas e incomprensión que recibió desde los sectores más reaccionarios. Gutiérrez Mellado no entró en política, fue requerido, llamado como soldado y lo hizo, disciplinadamente, con la honestidad de prestar un servicio a su Patria.
A la ex ministra de Defensa, Carme Chacón, que le nombró como responsable ejecutivo de nuestras Fuerzas Armadas, le habrá chocado su decisión e incluso defraudado. La deslealtad es algo congénito en algunos individuos. He leído, con cierto regocijo que la incorporación de José Julio Rodríguez a la lista electoral de Podemos tiene «el valor de un dudoso síntoma endocrino».
Pero yo estoy con la respuesta del ministro de Defensa, Morenés, que también la aplico a otros deslenguados. Cada uno es muy libre de escoger el camino que le plazca. Pero, mientras se está en una institución hay que respetar, con disciplina y ética, unas normas de conducta que en el caso del señor Rodríguez se han incumplido. Un deshonor, provocado innecesariamente.