En las redes sociales se lee con bastante frecuencia estos días de mayoritaria euforia electoral venezolana, que el actual presidente de la República Bolivariana, Nicolás Maduro, asumió, digitalmente el cargo cuando estaba verde, después no ‘maduró’ y ahora está podrido.
Con cierta benevolencia he titulado que Maduro está pasado porque un mastuerzo de la categoría de éste espécimen chavista, que tristemente sigue al frente de la más alta magistratura venezolana, lo que necesita de manera urgente es pasar no digo a mejor vida, porque sería imposible mejorarla, pero sí a la otra vida. A la vida que han venido soportando y sufriendo desde el terror dictatorial la mayoría de los ciudadanos.
Todavía hay quienes, cínicamente, aplauden la política de Maduro como lo han hecho desde antes de los comicios algunos representantes de la trasnochada izquierda, caso de Cayo Lara, que lanzando sus dardos envenenados contra el ex presidente Felipe González, –al que llamó ‘colonizador’– le recomendó, sin sonrojo, que respetara «las democracias consolidadas y avanzadas». Conocido el revolcón electoral, el coordinador de IU fue más allá y mostró su preocupación por «el futuro de los pobres» tras el resultado de las urnas. La hipocresía de algunos no tiene límites. Se entiende el hundimiento paulatino del partido comunista, cuyo testigo trata de recoger con gran pericia –según las encuestas– la formación que lidera Iglesias. Por cierto, aunque con gran dolor interno, Podemos, ha sido hasta ahora – por pura estrategia– bastante más cautelosa a la hora de valorar el derrumbamiento del régimen bolivariano, de tan generoso pasado financiero, con los embrionarios mosqueteros ‘anti casta’.
Esta semana he recordado a uno de los socialistas históricos que formaron parte del denominado ‘clan de la tortilla’ en 1974, junto a González o Guerra. Me refiero a Luis Yáñez que, con motivos o maldades de cuentos y leyendas, llegó hasta el final de su vida política como el ‘gran gafe’.
Algo así ha pasado con Rodríguez Zapatero –cuya ‘injerencia’ durante la campaña electoral venezolana– no ha sido en ningún momento censurada por el camarada Cayo Lara. Yo no sé qué habrá influido más en el éxito de los opositores al gobierno chavista si la falta continuada de hasta papel higiénico en las estanterías de los supermercados, la argumentada presión norteamericana de los contundentes informes sobre las presuntas prácticas de narcotráfico de la cúpula gobernante, o la simple visita del heredero de la ‘gaferia’, Rodríguez Zapatero, que, una vez más, se ha cubierto de gloria como ex presidente del Gobierno de España apoyando tan «consolidada y avanzada democracia».
Como ‘buen demócrata’, Maduro, sigue instalado en el poder, absoluto, ignorando la voz del pueblo. No parece, a la vista de sus intransigentes e intolerantes manifestaciones, que vaya a ser fácil un cambio democrático por la vía de la normalidad. A éstas horas rezará piadosamente su propio Padre Nuestro: «Chávez nuestro que estás en el cielo…». «No nos dejes caer en la tentación del capitalismo, mas líbranos de la maldad de la oligarquía».
Y asomado al balcón de la residencia presidencial invocará el regreso, reencarnado en forma de ‘pajarito chiquitico’ de su maestro y padrino, el ‘cantiflerico’ Hugo, que le piará una y otra vez: «Vayan a la victoria». Esperemos que el ejército lo impida.