La verdad es que me cuesta trabajo asumir los usos y costumbres importados. Comprendo que en una sociedad consumista que trata de alcanzar la presumible modernidad, cualquier aliciente para la inútil materialización nos incita al gasto, a veces, innecesario. Claro que no todos pueden participar en el efectista ‘black friday’ porque, desgraciadamente, existen familias que no viven al máximo. Viven al mínimo. Es negro, oscuro, el ‘black friday’, entre otras cosas porque es mentira en la mayoría de los casos. Hay cierto fraude comercial con la alteración de mercancía con un precio manipulado. Artículos que aparentemente han sido rebajados y que en el ‘black friday’ mantienen el mismo precio. No quiero generalizar el supuesto pero hay mucho pillo en el mercadeo.
Evidentemente para el pequeño comercio, para las empresas familiares, el pasado viernes no ha representado gran cosa en ventas, entre otras razones por el escaso margen de reducción en los precios de los artículos de temporada que aguardaban en los percheros y estanterías a que pasáramos de la larga primavera otoñal a la antesala del invierno que esta semana se ha hecho ligeramente visible. De manera que el negocio se ha repartido entre las grandes superficies y los colosos ‘online’ que cada día van ganando mayor número de consumidores jóvenes. Amazon acaba de anunciar un nuevo sistema para el envío de los artículos y lo hará en gasolineras y supermercados donde instalará unas taquillas para que el cliente, con una clave, pueda retirar su pedido. Es decir que el cliente dejará de recibir en su domicilio el producto y tendrá que molestarse en ir a buscarlo. No sé si la medida será bien aceptada por los adeptos o por el contrario volverán a realizar sus compras en los comercios tradicionales.
Yo soy de los que me gusta patear la calle y pararme en los escaparates contemplando, con añoranza, los huecos que dejó la aplicación de la ley Boyer y disfrutando de antiguos y nuevos comercios que nos ofrecen en el Zaidín, La Chana o centro lo que no podemos encontrar en otros establecimientos con relación a calidad y precio. Es difícil detener las nuevas tendencias y versatilidad comercial, por tanto hay que aceptar lo que tenemos, pero no es lo mismo adquirir una prenda que palpas, que observas que compruebas, que te la pruebas, que la adquieres y pagas a crédito o al contado y te la llevas a casa sin más intermediación.
Los más débiles, el modesto comercio, por mucho que esté modernizándose y especializándose, para luchar por el presente pensando en el futuro, está demandando una regularización del sector para general cumplimiento –la Confederación Española de Comercio quiere volver «con el consenso de los formatos»– cuestión que debería acometer la Administración, sobre todo en cuanto a los periodos clásicos de rebajas. Lo que no puede ser es la anarquía de descuentos continuos de manera caprichosa. Estoy seguro que el dichoso viernes negro debilitará las compras navideñas y el efecto llamada en las clásicas rebajas de invierno.
¿Qué sería de nosotros sin Papá Noel, sin Halloween o ‘Black Friday’?