Pecadores, arrepentíos

El peso de la ley y la aplicación, leve, del artículo 155 viene produciendo, con escozor de renegados, arrepentidos y acongojados a algunos exmiembros del cansino e insoportable gobierno autónomo catalán. Yo, en principio, no me creo a los remordidos porque el espontáneo cambio de actitud –donde dije digo digo Diego– responde a la cagalera de sufrir la trena por saltarse la legalidad vigente. En el caso catalán estamos observando a esa bajada de bragas y calzoncillos para la subsistencia en libertad pese a ser autores del mayor conflicto político generado en España desde la reinstauración de la democracia, dejando a un lado el tenebroso, largo y trágico periodo del terrorismo etarra. La celda carcelaria es fría en las cuatro estaciones del año y como en la casa de uno…

Ha llorado, físicamente, Ignacio González ante el juez que le juzga como ‘víctima’ del poder corrupto que ignoran los soberbiamente sobrados cuando detectan los círculos del control efímero. Insensatos. Puigdemont sigue degustando mejillones en Bruselas y aspira a ser ratificado como presidente de una Catalunya independiente, ahora vía telemática. Ya dije que, como muy calificado necio, aunque se acabe el camino, él seguiría caminando. Pero todo camino tiene su final sobre todo si lo andas en la soledad. Aunque aún conserva sus admiradores secesionistas que le ríen sus gracietas y ocurrencias. Hablando de gracietas y ocurrencias, en Cádiz, que ya se saborea el ingenio carnavalesco, le han dedicado una coplilla con salitre de sarcasmo ‘gadita’ que no les ha gustado a los devotos del popularmente llamado ‘Puchi’.

Pedro Solbes, «frío, frío que yo no he sido», ha confesado con su afónica y característica voz que lo de la recesión económica lo sabía cuándo fue ministro y le recomendó a Zapatero algunas medidas de calado pero que no le hicieron ni puto caso. Era mejor gastar y multiplicar el gasto electoralmente. Pan y circo. Pasen y vean. Después vino la realidad y nos hemos tragado una crisis económica bastante prolongada y dura que ha hecho mella trágica en muchas familias. En realidad, ¿estamos saliendo de la crisis? La gente gasta, consume, el ladrillo parece que pide mezcla, las hipotecas aumentan…

No sé. Estoy atrapado por la desconfianza porque la caja de las pensiones está mermada, en el mejor de los casos, en situación deudora. Dice Pedro Sánchez, secretario general de los socialistas que los bancos ganadores deben aportar una parte de sus dividendos extraordinarios a mantener a los pensionistas que, inversamente proporcional, estamos creciendo más que los neófitos. Los hay centenarios montando en bicicleta y los que superan graves epidemias y enfermedades. ¿Qué hacemos con los jóvenes viejos? Podemos fusilarlos como, equívocamente, dijo esta semana un alcalde sevillano en relación a unos bárbaros rumanos. Pero tal vez, lo más humanitario y lo sensato será cuidarlos hasta que dejen de estar y de ser porque ya dieron bastante. No sé si la fórmula del socialista Sánchez pasa por la banca o ‘El Monte de Piedad’. Pero el Gobierno y el resto de los partidos del arco parlamentario tienen la ineludible obligación de ofrecer a los jubilados, desde la responsabilidad, una solución justa ante esta situación que preocupa en el presente y nos aterroriza de cara al futuro. A ninguno se le ocurre evitar gastos superfluos, asesores, cargos públicos, duplicidad de administraciones, escoltas, secretarios y secretarías de los secretarios, pagas vitalicias, comidas de ‘trabajo’ y otras inútiles e inutilizables bagatelas que corroen la caja del Estado. Vamos a ver quién es el valiente que tira la primera piedra.