Sinceramente que no tenía claro de qué escribir en este domingo de resaca de Corpus para, sin alejarme de la realidad que nos rodea, no cansar al devoto lector. Soy consciente de que la moción de censura de Pedro Sánchez, de todo a cien, ha fulminado a Rajoy, que no al Partido Popular. Y mucho se ha hablado y escrito sobre el inesperado cambio de Gobierno en España, de manera legal, pero inusual en nuestra joven democracia. Por tanto bien merece dedicar algunas reflexiones sobre el particular dada la trascendencia social y política, tanto interna como externa, que va a producir el inopinado giro a la izquierda del nuevo Ejecutivo.
Pedro Sánchez es presidente del Gobierno sin pasar por las urnas gracias a la inacción e inmovilismo de Mariano Rajoy, tan convencido de aplicar la política vaticanista de que el tiempo todo lo cura. Pero esa tibia, mística y mansa filosofía no ha convencido ni a propios ni extraños.
No ha sido la sentencia de la Gürtel, la nómina de pesos pesados imputados en casos de corrupción, ni el resto de procesos que esperan en los juzgados el veredicto de la justicia la causa del arrebato de Pedro Sánchez. Ese ha sido el pretexto, para los no iniciados, con el que el secretario general socialista ha pretendido justificar su moción apoyada por todos los que nada tienen que perder y mucho que ganar desde ahora hasta que se convoquen los comicios generales. Sencillamente lo ha descabalgado de su altanera confianza en una jugada maestra conociendo de ante mano que Rajoy, como los políticos de la vieja escuela, prefieren morir numantinamente antes que aceptar y ceder, con humildad, ante la evidencia.
Sinceramente, al igual que la mayoría de ciudadanos se esperaba desde hace años una regeneración en el Partido Popular y no se ha producido, por lo que los propios votantes se sentían defraudados y resentidos. En el Partido Socialista nadie medianamente objetivo apostaba por el futuro de Pedro Sánchez. Incluso los oráculos de opinión no le eran favorables. Sin embargo la jugada del todo a cien le ha salido bien y su aspiración de sentarse en la Moncloa la ha alcanzado. Pero claro, al margen del honor de ser presidente hay que gobernar y la inquietud y preocupación mayoritaria a niveles políticos, sociales y económicos reside ahora en cómo manejará los hilos de esa tela de araña –en la que está atrapado– formada por oportunistas, separatistas y extremosos izquierdistas, todos ellos feroces enemigos de nuestra Constitución.
Como en el circo, Sánchez en el hemiciclo de la Carrera de San Jerónimo se verá obligado a realizar el quíntuple salto mortal, sin red, para conseguir el aplauso de sus avalistas convertidos, desde ya, en críticos exigentes que esperan el más difícil todavía. De no ser así nos esperan unos meses de llanto y crujir de dientes. De salir airoso de ésta o llegar simplemente aseado en sus faenas hasta el final de legislatura, a Pedro Sánchez le queda una prueba nada fácil con su electorado y es ganar en las urnas para convertirse, por méritos propios, en presidente electo del PSOE. Pedro, soñarás con las urnas.