Ha transcurrido una semana en la que se han perdido muchos papeles. Materialmente, Cristina Cifuentes jura y perjura, ante su señoría, que ella hizo el master pero que en el trajín de una mudanza perdió los papeles. La jueza ha requerido, igualmente, al catedrático Enrique Álvarez y a la profesora Alicia López que antes del día 2 de agosto, festividad de Nuestra Señora de los Ángeles, les entreguen los papeles de Pablo Casado pero el cátedro ya ha informado a la jueza, por escrito, que no conserva ni un folio del presunto caso. Lo decía el santo Ignacio que en tiempos de tribulaciones lo más aconsejable es quedarse en casa y no mudarse, que en las mudas se pierde hasta la vergüenza, aunque el sentido de la frase del fundador de los jesuitas no fuera ese.
Otra que ha perdido los papeles, emocionalmente, ha sido ‘madame merdellón’, la diputada malagueña Celia Villalobos que ante la mudanza que se avecinaba en el Partido Popular, de la que es veterana miembro, abrió la boca para asegurar que a Pablo Casado lo votaría la extrema derecha, de tal suerte que el pasado fin de semana se convertía, gracias al voto de sus compañeros compromisarios, en el nuevo presidente de los populares. Esta diputada siempre gozó del don de la inoportunidad y extenso currículo de gazapos, improperios e impertinencias, bajo el manto protector del sufrido Pedro Arriola, de profesión ‘sus asesorías’. Pero ya les comenté que los aparatos, en los partidos, una vez hormigonados son difíciles de destruir y si los destruyes son capaces de actuar imprevisiblemente.
Afirmaba Susana Díaz esta semana, tras salir alegre y lozana de la Moncloa, supongo que convencida de que bajarán afectos dinerarios para Andalucía, que Pablo Casado es el Partido Popular en estado puro. Y probablemente lleve razón y ocurra igual cuando Pedro Sánchez, en un futuro pierda las elecciones y ella acceda a la secretaría general del PSOE. Cuestión que ya se olfatea próxima. Me refiero a lo de adelantar las generales porque son muchos los requerimientos y las exigencias que le llueven al gobierno de los insaciables angarilleros y tanta presión puede –lo ha dicho la ministra portavoz con voz queda pero audible– que la voluntad de culminar la legislatura no sea posible.
En toda la semana, independientemente de la elección de Casado, la mayor atención social, en prensa, radio, televisión y todas las redes fue el viaje, sin papeles, del presidente del gobierno Pedro Sánchez a Castellón en aeroplano oficial para atender una agenda nocturna de índole cultural.
El aterrizaje de la aeronave en las pistas abonadas con dinero público, con sabio criterio del señor Fabra, fue todo un acontecimiento porque ese mismo día llegó otro avión de pasajeros. Nadie daba un euro por el aeropuerto de Castellón y ha tenido que ir Sánchez, con su Falcon, para demostrar que la obra maestra de Fabra fue un acierto.
Hablando de aeropuertos, el de Granada, ha perdido los papeles, los billetes, las maletas, los vuelos y lo que es peor la confianza del usuario. Naturalmente las irregularidades no son achacables al aeródromo granadino sino a las compañías que de forma reiterada están incumpliendo con sus compromisos. Menos mal que aún nos queda Alsa, si no nos veríamos obligados a recuperar las viejas diligencias para hacer un viaje inolvidable con encanto.