Ni los más conspicuos politólogos ni aquellos prolijos y eruditos comentaristas de la cuestión tenían ni una simple anotación en su moleskine antes de celebrarse las elecciones en Andalucía con la previsión de que la derecha, en su amplio espectro, llegaría –con el suma y sigue y el toma y daca– a mandar al purgatorio al Partido Socialista que a punto ha estado de gobernar cuarenta años más en esta tierra.
Al margen de que la actual Ley Electoral es perversa para unos y beneficiosa para otros –porque así lo quieren los partidos políticos parlamentarios–, cuarenta años gobernando un territorio produce efectos saludables pero también nocivos que, naturalmente, repercuten en el ámbito social. Al ciudadano en su heterogeneidad, salvo sectarias excepciones, le apetece por distintas razones, al margen de vivir dignamente, cambiar libremente de gobernanza cuando se cruza en su camino la democrática posibilidad de unos comicios. Y en unas elecciones, se ha comprobado una vez más, nada es previsible. El personal andaluz, a la vista de los resultados, estaba cansado y ha cambiado sus hábitos, sin perder las costumbres.
Por lo que se ha comentado esta semana no ha sido fácil entenderse entre las formaciones políticas que, a partir de ahora, tendrán la responsabilidad de regir el destino de Andalucía y de los andaluces con unas propuestas nuevas y un estilo diferente. Sería aconsejable, para la buena marcha del experimento, que todos antepusieran los intereses generales a los particularmente partidistas con modesta humildad si aspiran a mantenerse toda la legislatura, que será una forma de demostrar que el ensayo no fue en vano. Son cuatro años lo que dura el voto de confianza que puede prorrogarse, o no, dependiendo de los frutos cosechados.
Los partidos políticos son capaces de casi todo. Pedro Sánchez preside el Gobierno de España –por tierra, mar y aire– con separatistas y extremados izquierdosos y el país no se ha tambaleado, por el momento. Es más, el oráculo del CIS –que cocina Tezanos– cuando abre la boca proclama que lo está haciendo bien y que debe seguir el camino emprendido por la simple razón de que –según las opinables opiniones de la muchedumbre consultada– la derecha sumará en votos pero él no perderá el Gobierno. No sabemos cómo revalidará la presidencia, pero con un Tezanos tan mogollón da gusto estrujar la legislatura.
Y ahí anda Sánchez, con sus presupuestos generales del Estado bajo el brazo, que nunca serán aprobados pero que, como las pipas de girasol, si no alimentan entretienen. Es una forma teórica de contentar dinerariamente a vascos, catalanes y extremada izquierda. Una argucia para prolongar su estancia en La Moncloa hasta las generales… o más allá.