Nada que ver con los guerracivilistas cánticos pero los acontecimientos políticos de inesperado cambio en Andalucía me traen el recuerdo de Celia Gámez y su burlesco chotis. Es que, después de casi cuarenta años de gobiernos socialistas, era impensable que la derecha pasara y tomara el relevo en las instituciones andaluzas de la manera más democrática que permite la Ley Electoral. El varapalo a la izquierda, especialmente al Partido Socialista, ha sido tan imprevisible y desconcertante como lo fue la hábil moción de censura de Pedro Sánchez a Mariano Rajoy que, en unas horas, disolvió como un azucarillo al gobierno del Partido Popular.
Andalucía cambia de rumbo y de estilo con un paquete de noventa propuestas, tras el acuerdo alcanzado por los populares y Ciudadanos, que se irán aplicando a lo largo de la legislatura. La letra, socialmente, no suena mal. Quedamos, todo oídos, a ver cómo suena la música. El experimento que se inicia en nuestra tierra, según los indicios más optimistas, podría repetirse en las elecciones municipales de mayo, con un nuevo retroceso de la izquierda y notable avance de los partidos de centro derecha. Cabe preguntarse si los vasos comunicantes se prolongarán a otros comicios, señalados próximamente –sin fecha en el calendario– de vital importancia.
En Andalucía se abre una profunda herida en el socialismo difícil de cicatrizar, al menos con la rapidez que lo consiguió Pablo Casado tras el traumático acoso y derribo de Rajoy. Pero da la impresión que los populares se recomponen, no sin dificultades del pasado y algunas estridencias del presente que hay que ir mesurando. El caso andaluz, en el socialismo patrio, es probable que produzca unos efectos funestos, no deseados. Evidentemente, la errática política del actual secretario general y presidente del gobierno, Pedro Sánchez, no es ajena al pasado fracaso ni al que presumiblemente se avecina. Dentro del partido aumenta la temperatura en el termómetro de los críticos y no parece que se quiera aplicar el remedio más sensato: elecciones generales. Sánchez sigue caminando, aunque se acabe el camino con compañías peligrosas. Los independentistas vasco-catalanes piden la secesión a diario y no reconocen explícitamente nuestra legalidad vigente. Desde esa postura, marginal, siguen en su intento de hacer política y lucrarse de todo lo que el Estado sea capaz de brindarles aunque no lo reconozcan y… Podemos.
Gobernar con la traidora carga de interesados emancipados y prescripciones de recetas y ungüentos de la extremada izquierda no parece lo más acertado para un país que, por fortuna, cuenta con una Constitución que acaba de cumplir cuarenta años y que nos ha posibilitado –con los inevitables claroscuros de toda obra humana– avanzar, dentro de la Unión Europea, política, social y económicamente. Pedro Sánchez, pese a su primer fallido intento, ha conseguido ‘reinar’ como jefe del Gobierno, que era la demostración supremacista que quería demostrar a los suyos y ajenos. No parece que los resultados le avalen para seguir en el trono. De momento, en la grande Andalucía, ha dejado a más de un cadáver en esta peripecia psicodélica. Y no parece decente echarle la culpa al muerto.