Reinar unas horas, para toda la vida, es la sensación única que sentimos quienes, por suerte de designación digital, reencarnamos a algunos de los Reyes Magos cada cinco de enero cuando recorriendo calles en cabalgata o repartiendo regalos por las casas hacemos posible la gran noche de la ilusión.
Éste año el cortejo real de Granada es noticia histórica, de primera, por su singularidad ya que uno de los monarcas será representado por el agnóstico, conspicuo y confeso comunista a la par que notorio poeta nacional Luis García Montero. Ese ejercicio de exposición multitudinaria, elegantemente perspicaz, es una forma sibilina y diplomática de acercamiento a la realeza y un paso muy importante de cara a un futuro, probable, de entendimiento entre nobleza y republicanismo. Tótum revolutúm.
Por cierto que la otra noche vi, más que oí, el primer discurso navideño de Felipe VI. Se empeñan en emitir los discursos de los jefes de estado y de gobierno en los momentos más inapropiados cuando la algarabía familiar, los brindis y las autofotos se entremezclan con los villancicos, la zambomba y la carrañaca y se elevan en el hogar, dulce hogar, los insoportables decibelios. Así no hay manera de concentrarse en las pláticas institucionales. Lo que, no sin dificultad, observé en torno a la figura de nuestro joven rey fue un austero y pagano escenario –tal vez salido del atrezo de la serie ‘Cuéntame’ o de algún remanente existencial de los años sesenta de muebles ‘El Hogar Moderno’–, sobre un fondo en el que se adivinaban, tras los cristales de tristes ventanales, escuálidas y lánguidas ramas de abeto tenuemente iluminadas. Ha sido un año crítico de restricciones lumínicas y había que dar sensación de honorable precariedad.
Pues a lo que iba, que la monarquía sobrevenida en estas fechas navideñas, para algunos, el abrazo fraternal es posible aunque sea por unos momentos y se hace realidad, incluso entre enemigos, el esperanzado y hermoso caminar por la senda que nos guía una estrella, la buena estrella, que a cada uno ilumina para llevar ilusiones. Al fin y al cabo todos somos hijos de la misma tierra aunque no pensemos de la misma forma.
He conocido a quienes se transformaron en reyes de oriente y exigieron jamelgos pecherones para el desfile procesional o lanzaron como el rey Ramón pollos y jamones como S.M. Enrique. No me extrañaría que este año el monarca Curiel arrojara crediticios caramelos, que el rey Amate repartiera pinchos de tortilla al Sacromonte como conseguidor de estrellas Michelin, que falta nos hacen, y S.M. Luis, el poeta, lanzara sonetos al viento como corresponde a la muy noble e ilustre Granada literaria recién bautizada por la Unesco.
Me queda la duda infantil de si el catedrático García Montero será coronado en las Hermanitas de los Pobres –hoy Centro Gran Capitán– desde donde sale el cortejo cívico evangélico, o se autocoronará como procedió Napoleón, en Notre Dame, para ir marcando diferencias.