Al principio cuando lo ves elevarse, desde el suelo, sin tripulante, por mandato de un ordenador observas algo admirable producto de las cada día más sofisticadas tecnologías al servicio del hombre. El dron se utiliza ya para el cine, la fotografía, la hostelería, los conflictos bélicos, la agricultura, la medicina y como espía de altura para controlar al personal.
En París han sobrevolado estos últimos días unos drones por lugares claves de la ciudad del Sena sin que se sepa, por el momento, las intenciones últimas de estos paseos nocturnos cuando los parisinos dormían. No es fácil pegar ojo con un dron cerca de tu ventana. Los drones no es que sean ruidosos pero te despiertan la curiosidad e incluso te acojonan. Un dron puede traerte una tarta de cumpleaños o una carta bomba. Por muchas compañías de seguros que traten de ofrecernos la póliza con la mayor cobertura, con estos artefactos voladores, la inseguridad es ilimitada.
Los drones nos llevaron al hemiciclo del palacio de congresos el Candy Crush que Celia Villalobos, que presidía la Cámara, se vio obligada con un ojo a controlar con su tablet mientras con el otro hacía un seguimiento minuciosamente atento del discurso del presidente del gobierno que oraba desde la histórica tribuna. Pero es que en la calle, paralelamente, otros drones elevaban la voz del nuevo pueblo, el que aún no ha pasado por las urnas, tratando de montar mítines para llamar la atención sobre el estado del Estado. Una democrática pero presuntuosa manera de vender la piel del oso antes de cazarlo.
Los drones políticos se movilizan tratando de conseguir votos. Pedro Sánchez, que goza de siete décimas que le da el CIS por encima del jefe del ejecutivo, tal vez desde el recuerdo al «viejo profesor», Tierno Galván, que fue un buen alcalde para Madrid ha recuperado al independiente Ángel Gabilondo, catedrático de metafísica y ministro de Educación del gobierno de Zapatero para hacerse con la presidencia de la comunidad de Madrid. Gaudeamus porque el joven comunista Alberto Garzón ha tentado al catedrático y poeta granadino Luis García Montero para encabezar la lista a la asamblea madrileña. No sé si el ilustre paisano se decidirá a aceptar la propuesta y ser banderín de enganche de una Izquierda Unida que necesita, según todos los sondeos, el balón de oxigeno de la extremada izquierda para subsistir. De lo que estoy seguro es que, Luis, llevaría al parlamento sus mejores formas con las mejores palabras.
Rajoy, impredecible, podría echar mano de algún «cátedro» pero no hará navegar su dron hasta última hora cuando los meritorios, a la alcaldía y a la asamblea, se encuentren extenuados. Es la única forma de que comparezcan en el juicio final, que marcan las urnas, con elevado espíritu de ganadores.
Al margen de los drones políticos está claro que hay mucho dron suelto y en unos años vamos a tener que convivir con todo tipo de estos aparatos electrónicos que van más rápidos que la legislación. Estoy seguro que el dron se convertirá en un electrodoméstico de compañía que lo aparcaremos en la terraza y lo utilizaremos cada vez que se nos ocurra echar a volar nuestra imaginación.