Terminamos la semana, aprovechando que los peques vuelven al «cole» y no estamos en horario infantil, con sexo y droga dura. Estos pasados días nos dejaron atónitos algunos «fistros» de la pradera. Una «miembra» de la Femen, se coló en el Senado semidesnuda, con las bragas pintadas de sangriento rojo y encaramándose en la barandilla de la tribuna del público, del histórico caserón de la Plaza de la Marina –a pique de un repique– vociferó a los senadores para protestar por la Ley del Aborto, que el Gobierno regula por ley mientras que esta formación, como otros muchos colectivos feministas y políticos, pretenden desregularizarla. Vamos que quieren aborto libre aún siendo la madre menor de edad.
Lo de «miembra», como se recordará, fue un anárquico desahogo femenino lingüístico de la inefable ministra más joven de la democracia, Bibiana Aído, que con 31 años se sumó a la cantera de Zapatero con una cartera efímera. Pero por lo oído, Aído dejó huella en el subconsciente de las nuevas generaciones pese a que la Real Academia de la Lengua –que para la mayoría es la bíblia de la palabra– no reconoce, por el momento, el vanguardista barbarismo. En abril, Pedro Sánchez, actual secretario general de los socialistas deslizó en un mitinero acto el término de «miembras». ¿Fue un lapsus? ¿Un inopinado error verbal? ¿O un acercamiento a las modernas huestes políticas? Nunca los sabremos a no ser que el interesado haga un acto de confesión pública.
Lo que es objetiva realidad es el «fistro» persistentemente en boca de la presidenta del Parlamento de Navarra, espíritu puro de Podemos, que en sus intervenciones de esta semana la ha liado en sus alocuciones camerales aludiendo a los miembros y «miembras» que conforman el político escaño. Ainhoa Aznarés, de distante apellido con José María Aznar, no se ha cortado ni un pelo íntimo y ha provocado al decente diccionario español, en la seguridad de que ningún ilustre académico la enmendará. Porque, sabido es, que vivimos en una España de extrema tolerancia. En cualquier país del mundo civilizado a ningún responsable político se le ocurriría emplear públicamente ninguna palabra incorrecta o inculta salvo en casos de ironía o doble sentido.
Su jefe de filas, Pablo Iglesias, que físicamente aún no se ha cortado la coleta, pero sí se has desmelenado con la ocurrente televisiva Ana Rosa Quintana nos ha proporcionado, en su desmedida dialéctica mitinera, la intención de darle a Arturo Más el 27 S sexo y látigo. Sin especificar si lo del sexo es por delante o por detrás y si lo del látigo forma parte de un castigo penitencial o tiene un sentido sadomasoquista. Pedro Sánchez, que trata de salvar el mobiliario ante tanta pluralidad de mensajería de viejos y nuevos socialistas ha declarado, a propósito, que le gusta el sexo pero que detesta el látigo. Al nuevo secretario general socialista está claro que le pone la erótica del poder aunque sea en cama redonda.
Quien me ha esnifado, a última hora, es el «Pequeño Nicolás», droga dura, que ha anunciado su intención de ser senador del Reino de España con dos huevos y un partido virtual, inexistente, que transmitirá por las redes sociales el espíritu de disolución de la Cámara Alta. El «Pequeño Nicolás» pretende en solitario –aunque no ha de faltarle el aliento de su inseparable amiga «La Pechotes»–, tomar La Bastilla e iniciar una nueva etapa con la eliminación del Senado.
Y en cuanto a Rajoy, ya saben ustedes, que tiene una «cita a ciegas» el día 27 en Cataluña.