Creo que fue la última frase que pronunció, en su comparecencia, con los medios de comunicación, Mariano Rajoy, tras declinar objetivamente, ante el Rey, no ser el candidato, a la presidencia del Gobierno de España, «por el momento». Fundamentalmente porque las matemáticas no le favorecen. O el viernes por la noche no le favorecían.
Lo de la «sonrisa del tiempo», en el instante finito, televisivo, del presidente en funciones, confieso que me confundió. Pensé y así se lo comenté a quien me acompañaba, frente a una copa de balón de ron ‘Aldea’ –que me ha regalado una amiga de la Isla de la Palma, y que está francamente bueno– que se refería a la ‘refranera’ sentencia: ‘El que ríe el último, ríe mejor’. Nos pusimos trascendentes, literariamente, y nos acordamos de ‘La sonrisa etrusca’, del profesor José Luis Sampedro, que es una hermosa historia de estación término, de últimos afectos, de últimos amores. En definitiva, de últimas adhesiones.
A medida que bajaba el nivel de la copa de balón, reflexionamos, y, pese a la fina intelectualidad del barbudo gallego, que en su condición oriunda no se sabe si sube o baja, desechamos un pensamiento alejado del pragmatismo de lo complejamente político. Al final dimos con la clave, momentos después, cuando cruzando a nado con salvavidas los canales de la tele, vimos a Pablo Iglesias, ‘España, camisa blanca’, arengando a los suyos para, cómo pez alevín –que, ‘tolerantemente’ es sabido que están ‘protegidos’– llevarse en la mochila la ganancia de pescadores.
Era lógico que el enigmático Rajoy cerrara su intervención tras su momentánea renuncia, con una respuesta elegante pero directa a quien, burlonamente, se había postulado horas antes como vicepresidente del Gobierno tras un hipotético futuro Gobierno de izquierdas liderado por Pedro Sánchez, que, como uno de los personajes surrealistas de Woody Allen, anda ‘desenfocado’.
Dijo Iglesias, desde la fe ‘ateica’ que si él llegara a ser vicepresidente del Gobierno sería: «Una sonrisa del destino».
Ahí estaba la clave y el sentido de la frase de Mariano Rajoy cuando concluyó con «La sonrisa del tiempo». Estábamos en la primera ronda y, según el líder de Podemos teníamos un Gobierno en la sombra del sol naciente. Un Gobierno de ‘Todo a cien’ que insinuó con el cachondeo de reírse de las instituciones en el que estarían el pequeño Errejón, controlando Interior y todos los secretos de Estado desde Primo de Rivera a nuestros días. La dama lactante, ‘Bencausa’, que se encargaría de un ministerio para dar de mamar al sediento y, bueno, lo más novedoso sería un ministerio encargado de la cartera de lo plurinacional. Y ahí me apunto yo.
No hay nada como tener una nación en tu casa. Modestamente, yo lo aprendí de Ikea cuando compré un felpudo en el que se leía: «Bienvenido a la república independiente de tu casa», en el que los ácaros convivían felices, hasta que los pateábamos limpiándonos las suelas de los zapatos.
Ha hecho bien, don Mariano ante tanta humillación. Y bien lo ha hecho el PSOE calificando la oferta de Iglesias de «chantaje». Es muy cierto el viejo dicho de qué no hay que correr, ni para trillar. «No se me adelante, pero tampoco se me atrase», como diría Cantinflas