Con la apertura, esta semana, de un nuevo centro comercial que, indudablemente, crea la natural expectativa al potencial consumidor y la preocupación en los pequeños comerciantes, me vino a la memoria la ‘espontánea’ marcha discrepante de los propietarios y encargados de comercios capitalinos hacia la Carrera de la Virgen donde acababa de inaugurarse Galerías Preciados. Por cierto que el día inaugural no quedó canapé vivo. Incluso no se pudieron reciclar las bandejas. Era, en los años setenta, la primera gran superficie que se instalaba en nuestra ciudad. Toda una novedad para los granadinos –y provincias hermanas– que solíamos viajar en el expreso de medianoche –cuando Granada tenía tren, ahora tiene ‘metro’–. Nos pasábamos unos días de benedictina orgía madrileña viendo funciones de teatro, echándole un ojo al rastro, admirando a Goya en el Prado, comiendo bocadillos de calamares y adquiriendo, dentro de las posibilidades económicas, algunas singularidades en las grandes superficies comerciales. Hoy todo está en todas partes.
Sin Pepín Fernández y su sobrino Ramón Areces, ejemplos de emprendimiento e imaginación, no se entendería el nacimiento de los grandes almacenes en nuestro país. Gracias a las serias desavenencias y discrepancias, entre ellos, se crearon Galerías Preciados y El Corte Inglés. Tras una serie de torpes vicisitudes y desaciertos escandalosos, recuérdese la compra de Galerías, una vez expropiada por el gobierno a Rumasa, por el grupo venezolano Cisneros que la adquirió por 1.000 millones de pesetas y, años después, fue vendida a una firma británica por 30.000 millones. Pelotazo a puerta rompiendo la red. El Corte Inglés –’predestinato’– absorbió a la mal herida cadena de la competencia y quedó diluida como un azucarillo.
En Granada, como en otras provincias españolas, El Corte Inglés acogió a la mayoría de los empleados de la anterior firma, por muchas razones. Y la iniciática propuesta de Areces convive con el pequeño comercio y otras grandes superficies, fundamentalmente del sector de la alimentación, sin demasiados daños y perjuicios. Porque todos tienen su leal público. Aunque es cierto que el pez grande suele comerse al chico.
Tomás Olivo que es un personaje ‘sui géneris’, con relación al resto de los empresarios andaluces, ha provocado la lágrima emocionada de gratitud de muchos beneficiarios y la lágrima penosa de quienes se consideran agraviados, minusválidos, frente a estos complejos comerciales mastodónticos donde la publicidad y el marketing funcionan de maravilla para hacer, como Guerry, aquel fotógrafo de la calle Reyes Católicos, «de las feas guapas y de las guapas locuras». Pero no hay que alarmarse. El sentido común nos dicta que cuando emerge otro monumental cóctel de ofertas, agrupadas será porque los estudios de mercado funcionan y es presumible que, en unos años, tenga rentabilidad tanto esfuerzo y tanto empeño.
En cuanto al pequeño comercio, a la vista está, tiene que renovarse o morir, especializarse, diferenciarse, ser imaginativo, competir en el mercado con lo novedoso y lo distinto. Pero, eso sí, equilibrando calidad-precio-cercanía-amabilidad.
Hay un dato terrible, por lo que significa destrucción de empleo: las ventas ‘on líne’ están aumentando; para este año que ya prácticamente acaba, cada español destinará cerca de 700 euros a compras a través de internet, por lo que se prevé que España puede superar, con creces, los 12 billones de euros en 2016. No me explico cómo será posible crear empleo en un futuro tan tecnológicamente informatizado socialmente.