Uno de los últimos bandoleros y contrabandistas que dio esta tierra de María Santísima en los albores del siglo XX fue Joaquín Camargo, apodado ‘El Vivillo’, que cansado de pasar hambre, escogió el camino más corto, se echó al monte, y con su ‘partía’ de malhechores se dedicaron a asaltar diligencias y llevárselo calentito al escondrijo.
En España, a nivel nacional, regional y local, tenemos exceso de bandolerismo en el ámbito de lo público y lo privado, desde hace años. La figura, masculina o femenina ha sufrido una ‘transmutación’ adecuada a los tiempos pero, en realidad, son continuadores del viejo oficio del saqueador. No es que yo sienta simpatía alguna por las leyendas populares que solían acompañar a los bandoleros, decimonónicos, pero realmente es cierto que, entonces, eran maleantes con algún romanticismo.
Ahora son groseramente pragmáticos y asquerosos como el tal Paco Sanz, conocido como el ‘hombre de los 2.000 tumores’ que se reía de sus donantes, según un vídeo que ha desvelado Ana Rosa Quintana en el que, entre otras ‘gracietas’, se mofaba con frases como, «necesito vuestra Visa». Pero hay algunas perlas más como Francisco Javier Guerrero, ex director general de Trabajo y Seguridad Social de la Junta, y su chófer Juan Francisco Trujillo, que con parte de las ayudas fraudulentas de los ERE se gastaron mensualmente 25.000 euros a ‘morir’ en el bebercio, el puterío y la cocaína. La Fiscalía Anticorrupción les pide a ambos 14 años de prisión. ¿Sin devolución? La Junta había recuperado, a principios del 2015, solo el 0,1% del dinero total defraudado. ¿Y al día de la fecha qué se ha recuperado del dinero de todos?
Luis Pineda que, sin el menor empacho, ha escrito una carta a un periódico nacional, advirtiendo que, a pesar de estar a la sombra de la mazmorra, sigue siendo el presidente de Ausbanc y que el nivel de trabajo de la asociación no decae. Recordemos que el pájaro lleva un año en el talego, por presuntos delitos de extorsión, amenazas, organización criminal y estafa entre otros. Como para ir a pedirle consejo.
Me acuerdo, ahora, que cuando el rufián y engañoso Luis Roldán, que llegó a ostentar nada más, ni nada menos que la dirección general de la Guardia Civil, después de cumplir la mitad de la condena impuesta y no devolver un céntimo de euro al Estado, se marchó tan pancho a Zaragoza donde una ‘caritativa compañía’ le ofreció un puesto de agente de seguros. Siempre me he preguntado si llegó a tener una cartera de clientes y quiénes fueron los presuntos incautos asegurados.
La cría de frescos mangantes y amigos de lo ajeno no deja de sorprendernos. En la saga de los Pujol Ferrusola están todos investigados. Investigado es una palabra, sustitutiva en la reformada de la Ley de Enjuiciamiento Criminal, que ha venido a suavizar el presumible honor de los imputados. Esta semana Oriol Pujol Ferrusola declaró en la Audiencia Nacional que donó a su hermano mayor medio millón de euros que tenía en Andorra porque «me incomodaba esta situación» al estar metido en política. En este ‘graciable y ético’ donativo, Oriol pudiera recordarnos a los románticos bandoleros del XIX, pero presumo que no será una circunstancia eximente por los delitos que se le juzgan.
Los bandoleros de la modernidad coexisten, admirablemente, con sus alegrías dinerarias y sus achaques. Cuando son detenidos, juzgados y encarcelados, solicitan ayuda y compasión. Es el caso de Francisco Correa, cabecilla de la partida de la Gürtel que ha alegado claustrofobia a su señoría y su señoría le ha recetado un furgón amplio para cuando vaya a declarar y una celda desahogada y con vistas.
Laureano Oubiña uno de los más ‘insignes’ bandoleros, que goza de libertad condicional, ha dicho que «ser contrabandista engancha, es como la droga». La única verdad que ha dicho en su vida este delincuente diabólico.