En ningún momento y bajo ningún concepto llegué a comprender el complejo proyecto del denominado ‘metro’ –que yo llamo medio metro– producto de algunas faraónicas ideas que la Junta puso en marcha en la época de esplendor en la hierba artificial. El día de San Jorge pasado se cumplieron diez años del inicio de la abracadabrante ensoñación.
Luego llegó el ‘tío Paco con las rebajas’ y muchas obras e infraestructuras se ralentizaron o pasaron a formar parte de incumplidas promesas que se conservan en el baúl alcanforado de los recuerdos. En Granada, que todo se hace cuesta arriba, tenemos un largo listado de quebrantadas propuestas fruto del engaño y de la impulsiva dialéctica política que, en su día, nos parecieron creíbles porque fueron contadas con rigor y firmeza y olvidadas, más tarde, con la misma severidad y veleidad oportunista.
Como recordarán observadores y sufridores, los ‘maestros de obras’, supongo que para impresionar y ofrecer espectáculo de pico y pala, dieron orden a la obrería de abrir, sin piedad, de norte a sur, zanjas, hoyos, desniveles y canales protegidos de vallas y telas metálicas que hacían difícil el circular de peatones y vehículos. La ciudad y sus barrios por donde, previsiblemente, discurrirá el vertiginoso cacharrito, ofrecían un aspecto propio de una situación bélica. Afortunadamente no estábamos en guerra, estábamos en paz, pero cabreados por tan disparatada lentitud y puesta en escena de unas obras interminables.
Aunque la memoria es evanescente, el panorama, hace un decenio, no podía ser más desolador. Pero mucho más desolador y frustrante fue observar cómo, a medida que pasaban los años, se iba reduciendo el número de trabajadores en la atrincherada obra cuya prolongada realización en el tiempo ha comportado, independientemente de otros daños –fundamentalmente en el pequeño comercio–, duplicar el coste de lo presupuestado. Salvando una ayuda de fondos europeos, el resto ha salido o saldrá de las arcas de todos los andaluces. Es claro que para tan estresante y largo viaje hemos o han llenado con abundancia las alforjas.
Como veterano del lugar recuerdo aquellos tranvías amarillos y azules que nos llevaban a Fuente Vaqueros, Santa Fe, Atarfe, Pinos Puente, Chauchina Armilla, Alhendín Padul, Dúrcal, Cájar, La Zubia, Pinos Genil, Maitena… la red de tranvías eléctricos cubría nuestros queridos pueblos de la cercanía metropolitana con más servicios y menor coste. Pero la modernidad acabó con los románticos tranvías urbanos e interurbanos en la década de los sesenta y hoy los recordamos con bastante cariño y razonable añoranza.
Dicen los técnicos que el medio metro no alcanza la velocidad adecuada y que hasta que no la alcance, porque tiene que convivir con muchos elementos, no entrará en funcionamiento. ¿Pero es que los ingenieros no estudiaron, previamente, lo que daba de sí el cochecito circulando entre semáforos, peatones, vehículos y rotondas? El medio metro me recuerda, hasta la campanilla que hace sonar el conductor, a los pequeños tranvías de los columpios. Me decía una vecina ayer que la culpa de que el medio metro no circule la tiene el alcalde. Ya saben que es una práctica socorrida echarle la culpa al alcalde de todo lo malo que pasa en la ciudad, por eso traté de explicarle con cierta pedagogía que, Paco Cuenca, acababa de llegar y que ante el nuevo retraso había reclamado en alta voz, más seriedad y menos marear la perdiz en éste cansino asunto.
La Junta se ha limitado, una vez más, a darle normalidad a lo absurdo ‘tendiendo la mano’ al alcalde, sospecho que con la malévola cortesía de que sea él quien conduzca el medio metro. Pero esa mano esconde un caramelo envenenado. Si a Paco Cuenca se le ocurre conducir el medio metro no sólo no alcanzará la óptima velocidad lo grave es que no regresará a cocheras.