Este verano hemos disfrutado de dos banderas azules. Aunque como granadino me produce grima que una vez más, por una u otra razón, seamos los menos beneficiados de Andalucía, según la Asociación de Educación Ambiental y del Consumidor. Hay que felicitar a Torrenueva y Motril por el reconocimiento que se otorga a las playas y puertos que cumplen una serie de condiciones higiénico- ambientales y de instalaciones adecuadas.
La felicitación está más que justificada porque especialmente Torrenueva y Motril vienen sufriendo, con bastante frecuencia, fuertes y devastadores temporales incluso en verano. Al menos, hace unos meses, el Gobierno de España se ha comprometido a buscar una solución definitiva para nuestras playas antes de que aflore la primavera del 18. Ya era hora. Esperemos que el mar contenido y sosegado, dentro de sus levantes y ponientes, haga posible la deseable normalidad estacional para disfrute de veraneantes y profesionales del sector turístico.
Pienso, que la Asociación que cuida escrupulosamente la optimización del medio ambiente en nuestras playas, de la misma forma, debería evaluar los servicios que son prestados al visitante o consumidor, al margen de las inspecciones que cada región o comunidad autónoma tiene encomendadas para el control de la calidad en relación con los establecimientos hosteleros.
Y es que al igual que las banderas azules podrían concederse banderas, del color que se decida, a la excelencia gastronómica. De tal modo que independiente de otras ‘guías’ y comentarios de las redes sociales –que es donde funciona el ‘boca a boca’– los playeros no se guíen solo por la más o menos atractiva arquitectura decorativa de chiringuitos y restaurantes. La Asociación tendría que recomendar dónde se come bien y a buen precio que, en definitiva, es lo que suele satisfacer a todos después de un baño y vuelta y vuelta para aumentar la melanina. Sería de esta forma la más completa función de una organización sin ánimo de lucro, la que facilitaría con la mayor independencia, el otorgamiento de banderines de enganche para comer, sencillamente bien y sin sobresaltos dinerarios, que despensa e imaginación no nos falta.
Lamento advertir que son frecuentes las quejas sobre la calidad, el servicio y los desorbitados precios de algunos chiringuitos de nuestro litoral. Como no se trata de señalar a nadie, que ya los clientes suelen señalar, que hagan examen de conciencia, mejoren y superen las deficiencias los que se den por aludidos. Más que un consejo es una advertencia. No pretendamos en dos meses ganar lo que en un año porque, siempre, será sustento para hoy y hambre para mañana. El cría fama y échate a dormir, empresarialmente, es el mayor error que suelen practicar algunos y, con frecuencia, se hunden en el sueño profundo del fracaso.
España, en general, y Andalucía en particular, pueden presumir de ser destinos turísticos de primer orden mundial; aunque mesuradamente se nos viene advirtiendo de que un buen porcentaje de visitantes extranjeros son prestados. Circunstanciales, fundamentalmente, por la inseguridad de otros países. Con los atentados de Cataluña no es improbable que repercuta también en la llegada de turistas a España, si además sumamos la turismofobia de moda, instalada en varias comunidades por la extremada izquierda, y la amenazante posibilidad de más actos criminales que no hay que descartar.
Andalucía, el pasado año, superó a los 28 millones de visitantes. Este verano casi alcanzaremos los 29 –es una cifra muy cercana a la realidad–, pero concluyo el comentario diciendo que si son importantes los aspectos medio ambientales y los servicios, entre ellos debemos cuidar, exigentemente y de manera excelente la gastronomía, como elemento esencial de unas buenas vacaciones para mantener un turismo sostenible.