No me da vergüenza confesar que, en más de una ocasión, me he tenido que reprimir para evitar el ademán de soplarle una bofetada a algún cretino. No arrojarle un guante, como en otras épocas, para llegar al desafío de batirme a duelo con padrinos, cuerpo a cuerpo, con espada o pistola sino, directamente, «que te pego leche» y aflojar la tensión del estrés que te produce algún espécimen que va de chulo por la vida, pisando moqueta prestada. Puigdemot, que me recuerda a los antiguos maniquíes de Paños Ramos y Junqueras el del ojo evadido, antes de la consulta, tienen ganada a pulso una bofetada a tiempo parcial.
Pero internacionalmente tenemos un conflicto más serio de calostrada cuajada con el gordo coreano de las bombas, Kim Jong-un, dando un día sí y el otro también, por las asentaderas que no sabemos dónde aposentar las nalgas. Porque después de que el ministro de Exteriores de España, Alfonso María Dastis, en nombre del Gobierno, le haya puesto las maletas en la puerta de la calle González Amigo 1, de Madrid, al embajador Kim Hyok, calificándole de «persona no grata» en España, puede que en cualquier momento surquen misiles por nuestros cielos y la ingenua afición los confunda con lluvia de estrellas, o si son discípulos de JJ. Benítez, con ovnis.
Al gordo de las bombas, sinceramente –no al embajador que como comprenderán ustedes es una criatura al servicio del sistema–, si me gustaría darle una bofetada a tiempo parcial. A ver si espabila. Porque el muchacho que está muy bien ‘colocao’ y no le falta de nada por ser hijo de papá, dirige la secretaría general del Partido del Trabajo de Corea, al parecer, presumiblemente, goza de buena moza, pero tiene la manía de dedicarse todo el santo día, de manera obsesiva, a fabricar bombas gordas, muy gordas. Pero gordas.
A este joven que debe ser un personaje con un cociente intelectual más que sorprendente –por sus obras los conoceréis–, alguien que no lo quiere bien lo ha desviado por el camino de la perversidad o es que el niño, como dicen en los pueblos, es de nación. No es normal que un hombre tan apuesto, rollizo, hermoso, inteligente, bien peinado y simpático se dedique, cada jornada, a jugar a la guerra provocando a unos y otros, como si la guerra fuese un Trivial.
La vida es muy simple pero insistimos en hacerla complicada, decía Confucio. El bien alimentado mandatario coreano está calentando la olla demasiado y cualquier día de estos puede estallar y darnos un disgusto de magnitud insospechada. En vez de dedicarse a conseguir un estado social y económico ejemplar abierto al mundo, Kim Jong-un, ha cerrado las puertas del país creando una nación de terror y desde esa hermética introversión entretenerse con sus tropas y generales a fabricar bombas y misiles para amenazar al mundo. Y hay que ver con qué sonrisas y palmas lo celebran cada vez que lanzan un petardo de largo alcance. ¡Y como aplauden fervorosamente los jodidos palmeros a su secretario general… ¡tienen que tener las manos como el poto de los monos de Gibraltar-Brexit-Español.
Yo soy de la generación de estudiantes que soportaron estoicamente el lanzamiento de una ‘chasca’ de algún hermano marista desesperado, o de un bofetón a tiempo parcial de algún profesor a quien se le acabó la paciencia. Como yo, muchos de mis compañeros estamos traumatizados desde entonces. Psicológicamente traumatizados. Los jóvenes de hoy no se traumatizan fácilmente porque denuncian al profesor, a su padre y a la madre que los parió. Y la justicia ‘sanadora’ que nos hemos dado, les cura el trauma. Estoy convencido de que la letra con sangre no entra, pero una bofetada a tiempo parcial puede ser un correctivo espabilador con indulgencia plenaria.
El tal Kim Jong-un está desnortado y tiene que madurar y cambiar de hábitos buscando caminos de diálogo y convivencia pacífica porque decir en la ONU por boca de su ministro de Exteriores que «la opción nuclear es la política de nuestro Estado», no parece la opción más razonable. Por eso el presidente americano Trump –a quien le han llamado los palmeros de Kim «perro que ladra»– de conocida incontinencia verbal, hace unos días hizo, una vez más, alarde de su amor patrio y en la sede de las Naciones Unidas amenazó con «la destrucción total» al desafiante «hombre cohete». Y , de momento, entre los dos anda el juego, aunque no es descartable la suma de otros gobiernos afectados por las reiteradas advertencias bélicas del cebón coreano. De momento, lo recomendable es tener a mano una caja de Trankimazin.