Esta semana previa, por recomendación médica de un galeno que vive el júbilo de no tener que padecer el sufrimiento de revestirse con bata blanca, de fichar en hora, ni de contemplar cómo germina con firme y apesadumbrada lentitud la llamada ‘desfusión’ hospitalaria –no confundir con defunción–, he vuelto a mis ancestrales métodos medicinales y me he purificado con agua de Carabaña. Lo bueno que tiene este bebedizo que lo utilizaban nuestros padres con harta frecuencia es que tiene, también, propiedades cicatrizantes.
Al margen de la diarréica necesidad mental de expeler, evacuar y vomitar lo soportado, oído, visto e intuido en la precampaña del mal llamado ‘referéndum’ catalán que ha venido a violentar a la mayoría de los españoles era, es necesario, cicatrizar las heridas sufridas por los mortificadores separatistas que, para hoy, han señalado el singular ‘plebiscito’ más incoherente, irresponsable e ilegal de la historia de nuestra aún frágil democracia. Aunque me consuela que Sánchez Gordillo acuda, a Barcelona, como ‘observador internacional’.
Tengo heridas profundas por el irrespetuoso desprecio a la Constitución y a la legitimidad de la soberanía española salida de la voluntad de los españoles a través de nuestras instituciones, hoy cuestionadas por la torpe sedición que, con realismo escenográfico, ha calificado con cierta mofa el actor Antonio Banderas, como un largometraje disparatado de Luis García Berlanga. No sé si podré cicatrizar el aullido de ‘fascista’ que los lobos ciegos le han lanzado a Serrat.
Tenía que cicatrizar las heridas sufridas por las mujeres y los hombres del benemérito cuerpo de la Guardia Civil y de la Policía Nacional que, una vez más –independientemente de las órdenes del mando– han demostrado ser ejemplares como personas y como funcionarios aguantando, impertérritos, humillaciones y actos vandálicos. Qué triste que valoremos el honor, la dignidad y el valor de estos cuerpos, en defensa de la seguridad de todos los españoles y no haya habido un solo gobierno democrático con la sensibilidad suficiente de recompensarlos económicamente con un salario justo en reciprocidad con su misión diaria. Hay que cicatrizar las heridas de los podemitas que han entrado en el ruedo ibérico como colaboradores necesarios pensando, no en favorecer la voluntad de los ilusos independientes, sino como elemento extorsionista de romper la unidad de España. Nada es extraño en este grupúsculo de extremada izquierda nacido un inefable 15-M, ‘tuerca’ de repuesto del comunismo, pero mucho más peligroso porque cuentan con medios de comunicación no alimentados por el gobierno. No sé si cicatrizarán las heridas causadas a los escolares inyectándoles odio, por los maestros proxenetas políticos, en los colegios. O las heridas eclesiásticas de los cuatrocientos curas a favor de la ilegalidad. ¡Qué irreverente contrariedad!
Hay que, o debemos, cicatrizar las heridas de ofensas al Rey, al jefe del Gobierno, a jueces y fiscales que han sido mancillados y vituperados. Heridas por la posible injerencia de Rusia, que nos recuerda a la antigua URSS, por las dudosas prácticas desarrolladas en otros países.
Hay heridas que dejan los que están por arañar por la derecha como Urkullu, el chico vasco que aprovechando el enarbolamiento de la estelada, levantó con voz monocorde la ikurriña no solo para reivindicar, de nuevo el separatismo de Vasconia sino para llevarse en la capacha lo que Montoro pueda darle, antes de votar los presupuestos del próximo año. Es una sutileza que aprovechó, con dialéctica machacona, el triste lehendakari en el Aberri Eguna, para «ir a por atún y a ver al duque» en estos momentos conflictivos y tensos.
Pero está claro. En este río revuelto, lo decía esta semana con acierto Antonio Papell, «lo que desean los antisistemas no es la independencia dentro de la UE sino la revolución». Como no soy adivino no sé qué pantomima harán hoy en Cataluña los insumisos, iluminados, evadidos, autoeliminados, escindidos y cismáticos nacionalistas. Según Puigdemont el ‘referéndum’ se va a celebrar y se aplicarán los resultados. Sospecho que ya da por escrutado un voto afirmativo a favor de la particular marcha de algunos catalanes de España. Porque de lo contrario quien se tiene que marchar es él. ‘President, disculpi, deje que li digui: bla,bla,bla, este partido lo gana España por 1-0’.