Lo del histórico independentismo catalán, una vez más, se ha convertido como el río Guadiana en un fenómeno sociopolítico que aparece y desaparece. Por el momento, no deja de ser un sueño, una entelequia, un globo que se hincha y se desinfla insuflando o inspirando, con más o menos crédulas ideas, proclamas y acciones que, en un principio, puede que sean convincentes para algunos pero que, al final, son frustrantes para todos. La paliza que hemos soportado los españoles con la familia secesionista cargada de consignas para convencer de la irrealidad, hoy se ha difuminado tras la aplicación de la legalidad, pero sigue latente y no parece que al margen de las cuentas que tienen que saldar algunos ante los tribunales y del dudoso resultado que arrojen las urnas el 21D, todo se acallará. Como termitas soldados seguirán golpeándose la cabeza contra las tablas de sus leyes perseverantes.
De aurora boreal han sido las declaraciones de Carlos Puigdemont afirmando que «es posible» encontrar una solución alternativa a la independencia. Yo siempre he tenido la certeza de que este alocado individuo nos estaba tomando el pelo a todos y aún sigue haciéndolo, desde el cómodo ‘exilio’ belga donde tiene montada su madriguera para hacer campaña independentista, gracias a los procedimientos legales del país hermano de los que se está beneficiando como delincuente político, al que le han prometido respetarle como prófugo ‘very important person’.
Incluso la lerda fiscalía belga se ha interesado sobre el estado de la celda que, presumiblemente, debería ocupar el evadido individuo Carlos una vez detenido y puesto a disposición judicial en España. Las celdas en España son como un hotel de cuatro estrellas, pero sin minibar además de ser un refugio ‘peccatorum’ donde poder reflexionar y entregarse a la oración como ha manifestado el exvicepresidente Junqueras, al parecer para expiar sus pecados terrenales.
Y la histérica republicana Marta Rovira, versión Woody Allen, anida en el poder del quitaté tú para que me ponga yo y anda intrigando por los pasillos electorales para llegar, insensatamente, a presidir la Generalidad. De momento ha acusado en falso testimonio que el Gobierno español quería muertos en Cataluña, cuando en realidad quienes los deseaban eran los extremados independentistas y los guerreras rojas de la vieja URSS, pero fallaron contra todo pronóstico y lo hicieron mejor que bien los beneméritos servidores del orden público que fueron desalojados, con hostilidad, de hoteles y asumieron con rabia, con honor y disciplinadamente los camarotes del ‘Piolín’ que esta semana puso rumbo a Nápoles.
Pero lo que me ha llegado al bajo sentimiento estos días ha sido la inmoderada reacción de la expresidenta del Parlamento en la época de CiU, Núria de Gispert, que en un ataque de xenofonia tuitera soberanista le ha dicho a Inés Arrimadas –la musa de Ciudadanos en Cataluña– «¿Por qué no vuelves a Cádiz?».
Como no ofende quien quiere sino quien puede, le he visto la cara positiva a la odiosa frase y me he imaginado a Arrimadas de alcaldesa de los ‘gaditas’, quitándole el puesto al impresentable ‘Kichi’ cantando aquello de «con las bombas que tiran lo fanfarrones…». Yo creo que la jerezana tiene tarea en Cataluña y se espera mucho de ella porque equilibraría la balanza junto con los otros partidos constitucionalistas. Al menos así lo indican los barómetros.
No es la primera ni la última vez que las formaciones políticas utilizan por interés electoral a sus líderes para encabezar cualquier lista dentro del territorio nacional. Aunque Arrimadas se siente muy arrimada a Cataluña, siempre le quedará la ‘tacita de plata’.