Màxim Huerta, uno de los fichajes estrella de Pedro Sánchez para ocupar la cartera de Cultura y Deportes en el primer Gobierno socialista de la censura mocionada, se ha visto obligado ‘por amor a la cultura’ poner pies en polvorosa una vez conocido su ‘affaire’, tiempo atrás, con la Hacienda pública que celosamente vela por el dinero de todos que es dinero de nadie como dijo la reministra. Hace bien, Sánchez en ir educando a los suyos en la historia. Cuentan –y sabido es– que Julio César se divorció de Pompeya Sila a pocos días de ser coronado emperador porque ella asistió a una orgía sexual típica de la sociedad clasista. Asistió pero, al parecer no participó, por ello clamaron piedad y comprensión al emperador y Julio César les respondió que: «La mujer del César no sólo debe ser honrada, sino además parecerlo». Más o menos pienso que el presidente del Gobierno o sus astutos asesores, de manera sibilina, le sugirieron al novicio ministro que, al margen de las cuentas finiquitadas con el Estado –porque Huerta aunque no quería fue obligado a pagar– había ‘cuentas’ que anidan en el parecido que suelen horadar en el conjunto de la colmena.
En democracia Màxim ha sido el más breve de los ministros en ejercer su cargo. En la dictadura franquista lo fue Julio Rodríguez, ministro de Educación porque el terrorismo hizo ‘volar’ a Carrero Blanco, que lo apadrinó en su etapa como presidente del Gobierno. Julio fue un hombre bueno y honesto, había nacido en Armilla y era catedrático. Se casó con la encantadora motrileña Mariperta y en los corrillos políticos pasó a la historia como ‘Julio, el breve’. Pero no fue como consecuencia de dudosas prácticas fraudulentas ni lo empujó la ‘jauría’. Su salida fue como consecuencia de un forzoso cambio de Gobierno que presidió Arias Navarro.
Màxim entró en el Gobierno sorpresa de Sánchez para dirigir la cultura sin ser un intelectual destacado y el deporte, materia que aborrecía. Era la nota discordante y esnobista política del equipo del cambio que ha activado apremiantemente el PSOE para hacerse con el poder sin pasar por las urnas, cuestión que ‘tiene arte’, que suelen exclamar los sevillanos. El caso es que el joven Huerta podría haber sido un buen ministro con sus carencias, de la misma manera que para ser buen ministro de Sanidad no es imprescindible ser médico, ni para ostentar con acierto la cartera de Obras Públicas, hoy Fomento, es necesario estar en posesión del título de ingeniero de Caminos, Canales y Puertos. El problema del colega ha sido ocultar sus discrepancias con Hacienda a quien confió en él y eso está deslealmente feo. En su testamento vital, ‘voz populi’ muy afectado y obsesionado con la jauría que le persigue dijo, solemnemente, que como hombre de la cultura seguiría comprando entradas para ver buen cine, buenos conciertos, buenas óperas, buenas zarzuelas, buen teatro… Y eso es muy meritorio porque cobrará el 80% del sueldo de 7 días de toma lo que supone un ingreso pensionista cercano a los 2.000 ‘eurípides’ mensuales. Si no renuncia a la beneficencia es evidente que, entre todos, cooperaremos a que las bellas artes sigan contando con el apoyo y la incondicional presencia de Màxim Huerta, próximamente en las mejores salas.