Un ejemplo de involución y otros de revolución financiera

Créanme, se me hace difícil arrancar esta columna para hablar de involución financiera cuando tantas líneas ha acogido para tratar de innovación y disrupción en un mercado convulso, agotado y preocupante empero muy atractivo por la surgencia [sic] de nuevos modelos de relación y ecosistemas colaborativos más transparentes y equitativos en el terreno de las finanzas personales. De ellos también trataremos a al final.

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Empecemos por la involución. Hace unos días realicé una compra por internet y automáticamente recibí en el móvil un sms del banco que, literalmente (salvo el teléfono de alta), contenía: “BancaOnline 12/10/2016 10:31:28 Paga en 4 plazos de 4,00€ Comisión única de 6,00€ en 1er plazo 28,44% TAE Fecha op 12-10-2016 Envía al NNNNNN NNN ALTA 1001”. En un primer instante podría parecer algo normal, y de agradecer, que te ofrezcan financiación de una manera tan rápida y cómoda, si no fuera porque:

  • El pago ya está realizado mediante tarjeta de débito. Es decir, se produce el cargo inmediato en la cuenta asociada.
  • El importe de la compra es de 16€ y no es necesario fraccionarlo en 4 pagos, por muy mal que esté la economía.
  • La comisión que cobran por la financiación es de 6€, es decir, un 37.5% del valor de lo pagado.
  • La TAE declarada es del 28.44%. ¿se podría considerar una tasa abusiva?
  • La sintaxis debe estar pensada para Millenials, acostumbrados a no usar signos de puntuación ni reglas gramaticales cuando envían whatsapps.

Además de por el último punto, tuve que leer dos veces el mensaje porque “no daba crédito” a la retahíla de palabras y números. No sé a usted, estimado lector, qué le hubiera suscitado, pero a mí me generó una mezcla de profunda preocupación y animado estupor. La intención puede ser buena: ayudar al cliente a hacerle más llevaderas las deudas contraídas con terceros y facilitarles la operatoria con procesos automáticos de sencilla ejecución. Pero algo no va bien cuando la “business intelligence” del banco no ha hecho sus “deberes” analizando la operación y el cliente al que ha ofrecido tal financiación. Y algo va francamente mal cuando la TAE de la operación propuesta para 4 meses alerta de un tipo de interés anual del 112,5%.

Obviamente, habrá quien defienda que si el importe del pago fuera de, por ejemplo, 1.600€ entonces sí merecería la pena su fraccionamiento, y la TAE resultante, para una comisión única de 6€, sería casi despreciable (en torno al 0.25%). Es fácil de entender pero difícil de encajar teniendo en cuenta que la integridad del sistema bancario está siendo comprometida precisamente por este tipo de prácticas poco afinadas y por el aferramiento de la banca a generar beneficios por la vía del diferencial entre los ingresos y los costes financieros, agravado porque el margen de los tipos de interés está siendo cada vez más reducido.

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Para compensar estas conductas, hay que aplaudir el surgimiento de las empresas tecnológico financieras (Fintech) que han abandonado el modelo centrado en la comercialización de productos y servicios propios orientados a alcanzar pingües beneficios anuales, y han desarrollado un modelo centrado en las personas, basado en el principio de proteger los intereses de los clientes, priorizando su beneficio mediante la oferta de ventajas significativas respecto de su utilidad, diferenciación, precio y seguridad. En el caso de la banca convencional la construcción de una cuenta de resultados saneada es el objetivo fundamental sin importar los medios usados; mientras que en las Fintech es la consecuencia de innovar en los medios vía diferenciación y confiabilidad.

Dicho esto, ahora hablemos de la revolución financiera que se avecina teniendo en cuenta los actores que se están adentrando en ecosistemas colaborativos (P. Gelis) tan diferentes del modelo de banca tradicional. Son los llamados “marketplaces” y “plataformas financieras”.

En el primer caso, los clientes tienen acceso a servicios adicionales a los convencionales a través de un portal único donde un número reducido de diferentes proveedores financieros ofrecen soluciones con un valor diferencial añadido. Y en el segundo caso, el consumidor accede a una plataforma donde no hay límite de oferta en productos y servicios, siempre que cumplan unas condiciones mínimas, propuestos por una gran cantidad de actores financieros que aportan todo tipo de soluciones a la medida de las necesidades reales del cliente.

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La gran diferencia de estos nuevos modelos (“marketplace” y “plataforma”) con el de la banca tradicional es que, mientras ésta ha gozado durante años del privilegio de contar con unas bases de datos de enorme contenido y valor que no han sabido monetizar, las nuevas empresas tecnológico-financieras se ocupan de hacer crecer sus bases de datos y de perfeccionar los algoritmos que les permitirán monetizarlas a medio plazo.

Esta circunstancia es la que va a provocar que la banca tradicional pierda el control sobre los particulares y que le quede, como única opción salvavidas, la de centrarse en la banca corporativa y de inversión, únicos sectores en los que no ha irrumpido la revolución digital con tanta fuerza como en la de consumo. Por el momento.

 

José Manuel Navarro Llena

@jmnllena

 

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